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Ahora que nuestra última Ley de Educación aprobada por el Parlamento aporta una generosa y cuestionable laxitud, a la hora de permitir pasar de curso ... a estudiantes con una o varias asignaturas suspensas, entendemos oportuno realizar una reflexión sobre el esfuerzo, considerado como uno de los valores que nos definen como seres humanos.
Es extraño encontrar a alguien que no sea admirador de Rafael Nadal, uno de los mejores deportistas de la historia, reiteradamente ganador de los más significativos torneos de tenis. Ciertamente, nos provoca una envida sana, que nos hace soñar con triunfos personales similares.
Todos tenemos sueños, soñamos con un futuro ideal, utópico, con un trabajo al que estemos convocados por nuestra particular vocación, trabajar en aquello que nos gusta. Todos conocemos el dicho popular 'querer es poder'. Sin embargo, nos tememos que únicamente con el deseo no basta, el deseo, por sí solo, no te proporciona el objetivo deseado. Es importante ser realista y comprender que alcanzar la meta soñada implica trabajo y esfuerzo.
Detrás de todos esos logros, existe una realidad inevitable, y es el sacrificio. Muchas horas de duro entrenamiento y de llevar una vida saludable, sin excesos. Sin esfuerzo es imposible conseguir objetivos. El esfuerzo te obliga a desplegar todas tus habilidades, todo tu talento. Cierto que en la vida hay que tener suerte, pero la suerte, o la inspiración, como decía Picasso, que te pille trabajando. O como decía el gran baloncestista de los Boston Celtics Larry Bird: «Es curioso, cuanto más entrenamos, más suerte tenemos».
Los padres solemos fallar muchas veces, porque cedemos antes nuestros hijos pequeños y les damos el capricho que con lloros o gritos nos reclaman. Con ello, pueden pensar que, de adultos, podrán hacer realidad sus deseos por el mismo procedimiento.
Más que un patrimonio material, lo mejor que podemos dejar en herencia a nuestros hijos y nietos son determinados valores por los que el tiempo no pasa ni marchita. Uno de estos valores, sin duda, es el valor del esfuerzo, el cual consiste en la canalización de todas tus fuerzas físicas, mentales y emocionales, hacia el logro de un objetivo. El esfuerzo es, por tanto, el andamiaje que, junto con el aprovechamiento de nuestro talento y capacidades personales, consigue hacer realidad nuestros ideales.
Inmediatamente, hay que decir que no basta con el esfuerzo. Se necesitan otros valores imprescindibles, como la perseverancia, la justa y equilibrada autoconfianza y una fuerte motivación, un cóctel que te hace capaz de superar cualquier obstáculo.
Es probable que muchas personas se rijan por la ley del mínimo esfuerzo, deseando alcanzar sus objetivos fácil y cómodamente, pero en la vida nada es gratis, cualquier propósito requiere de esfuerzo para obtener lo que se desea. Y lo bueno es que la magnitud de la satisfacción está relacionada y es directamente proporcional al esfuerzo que haya sido necesario realizar para conseguir el objetivo propuesto.
No somos tan ingenuos como para pensar que solo con el esfuerzo se soluciona y se consigue todo. Es una realidad que gente con talento, especialmente muchos de los recién salidos de la universidad, no encuentran trabajo. España supera el 30% de paro juvenil. Esforzarse no soluciona el futuro, pero lo que sí es seguro es que sin esfuerzo, todas las puertas están cerradas.
También hay presuntos expertos en la materia que se preguntan: «Esforzarse, ¿para qué? Esforzarse, ¿para quién?».
En nuestra opinión, respondiendo a la primera pregunta, esforzarse es lanzarse hacia adelante, tener expectativas, ilusiones, sueños, proyectos que merezcan la pena, trabajar para realizar nuestra aportación a la construcción de un mundo mejor, ya sea desde un alto cargo político o empresarial, ya sea desde un modesto y digno trabajo por cuenta ajena o como autónomo. ¿Esforzarse para qué? Para que nuestra vida no esté conducida por el piloto automático de la rutina, ni para obsesionarnos con ser el primero, sino para superarse, para mejorar continuamente y hacer las cosas bien. Esfuerzo y espíritu de superación van cogidos de la mano.
En cuanto a la segunda pregunta, practicar la cultura del esfuerzo es trabajar para ser, más que para tener, es trabajar para uno mismo, para desplegar todo nuestro potencial, sin que quede ociosa ninguna de nuestras habilidades, y llegar a ser la persona que la sociedad y uno mismo desea y está llamado a ser. En este sentido, viene bien recordar la frase de aquel genio que fue Albert Einstein: «Intenta no volverte un hombre de éxito, sino volverte un hombre de valor».
El valor y la cultura del esfuerzo se inculcan desde los primeros años de nuestros hijos, educándoles en la comprensión de conceptos tales como derechos, deberes, libertad, compromisos y responsabilidades, y en la necesaria ponderación y armonía que debe existir entre ellos, asignándoles determinadas tareas que estén al alcance de su edad y, sobre todo, con el ejemplo paterno y materno.
Educar en la cultura y el valor del esfuerzo implica soñar con una meta, pero también es importante prepararse para asumir posibles frustraciones y fracasos. El deseo infantil no es capaz de digerir una negativa, pero la persona madura, que se esfuerza, sabe que surgirán obstáculos, aunque jamás se rendirá ante ellos.
Nuestro grupo reivindica el valor del esfuerzo como algo connatural al ser humano y, parafraseando a Steve Jobs, aunque modificando un poco sus palabras, podríamos afirmar que esforzarse es enfrentarse al reto y atreverse a vencerlo, y nunca conformarse con lo ya conseguido.
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