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La ley de la eutanasia fue aprobada en marzo de 2022 por el Congreso de los Diputados y ha entrado en vigor el 25 de ... junio pasado. Este es un asunto del que se ha vertido mucha tinta y nuestro grupo, como espectador de lo que ocurre a nuestro alrededor, desea aportar nuestra visión al respecto.
Ante todo, hay que decir que para abordar este tema tan delicado, hay que hacerlo con mucho respeto y con una prudencia reverencial, debido a su complejidad y a la importancia social que reviste, existiendo una fuerte división de opiniones a favor y en contra, no siendo conveniente contemplar este asunto desde una supuesta superioridad moral, por ninguna de las partes.
Varias son las perspectivas desde las que se puede afrontar, tantas como caras tiene este poliédrico asunto, entre otras, la seguridad jurídica, la religión, la ética, la medicina o la social.
Con esta ley, se aprueba el derecho a lo que se ha venido a llamar «muerte digna», y lo que se pretende decir, cuando hablamos de «muerte digna», es el deseo de que los últimos metros de nuestra existencia se recorran con relativa calma y serenidad y, a ser posible, sin sufrimiento físico ni psicológico.
Con la ley de la eutanasia, se pretende considerar la decisión de morir como un derecho de la persona, derecho actualmente no reconocido por Naciones Unidas, pero ese derecho choca frontalmente con el derecho a la vida. Este último sí está reconocido, de manera que elegir la propia muerte conculca el derecho fundamental de conservar la vida. ¿Cuál de los dos derechos debe prevalecer?
Para los no creyentes, con la muerte acaba todo, es el fin. Hasta aquí se ha llegado y, a partir de ahora, tan solo seré materia orgánica que alimenta el suelo.
Para los creyentes, la propiedad de nuestra vida pertenece a Dios, y solo a Él le corresponde decidir cuál es el momento final. Si alguien decide irse antes, por su cuenta, será algo que esa persona tendrá que dilucidar directamente con Dios. Los cristianos no le pedimos a Dios que nos suprima el sufrimiento, sino que nos dé fuerzas para sobrellevarlo.
Aunque la ley fue tramitada sin el informe consultivo, no vinculante, del Consejo de Estado y, sobre todo y más importante, sin el del Consejo de Bioética (que suponemos tendría mucho que decir, pues son los expertos en la materia), lo cierto es que, analizado el articulado de la ley, y dejando aparte los principios religiosos, nos parece, en teoría, suficientemente garantista, siempre que se cumplan al pie de la letra las sucesivas fases del proceso.
Sin embargo, no podemos evitar hacernos una pregunta clave: ¿es esto lo mejor que puede ofrecer el Estado a aquellos enfermos que teóricamente reúnen las condiciones requeridas para ser objeto del tratamiento eutanásico? A todos aquellos que se encuentran en tan precaria situación, ¿es la muerte rápida el brutal atajo que nos propone, para acabar con el persistente sufrimiento, de manera que muerto el paciente, se acabó la pesadilla? Con los enormes avances que ha experimentado la ciencia, ¿de verdad no existen otras alternativas?
Pensamos que lo que busca cada persona, su mayor deseo cuando nos adentramos en las calles en las que se enseñorea la desdichada enfermedad y se quiebra de forma ostensible nuestro estado de salud, es transitar esas calles sin la compañía del dolor. Afortunadamente hoy la ciencia ha logrado avances no soñados e impensables hasta hace pocas décadas, por ejemplo, fabricar en un año unas vacunas, que, hasta ahora, tardaban entre 5 y 10 años en conseguirlas. Es, por tanto, bastante verosímil la creencia de que la medicina puede diseñar medicamentos capaces de mitigar totalmente, o al menos en gran parte, el sufrimiento del enfermo aquejado de una enfermedad incurable.
Hubiese sido muy lógico que, previo a la aprobación de una ley sobre la aplicación de la eutanasia, se hubiese diseñado, debatido y aprobado una ley de cuidados paliativos, combinando una adecuada atención médica, a base de fármacos, junto a un acompañamiento de familiares, pacientes y profesionales de la medicina, de la psicología y, en el caso de creyentes, también de sacerdotes, con el fin de impedir la sensación de soledad y abandono que puede percibir el enfermo. Una buena ley de cuidados paliativos, dotada de los necesarios recursos técnicos y humanos, tal como su nombre indica, podría hacer más llevadero y transitable el último recorrido de la vida en este mundo. Esto sigue siendo una materia pendiente. Pero claro, optar por la desaparición rápida es más barato que proporcionar, a quien lo necesita, los cuidados para que su particular purgatorio sea más soportable, además aliviamos, en su caso, el coste de las pensiones.
Respecto a la objeción de conciencia, habría sido mejor que, en lugar de inscribir en un registro a los objetores, con el riesgo de ser estigmatizados, deberían ser los facultativos proeutanásicos los que tendrían que dar un paso al frente, mostrándose disponibles para ejercitar este nuevo 'derecho' del paciente. No deja de ser triste haber estudiado una carrera y proclamar el juramento hipocrático, para más tarde ejercer de apagavidas.
Por último, puede que los que ahora mismo gozamos de buena salud, y además nos confesamos creyentes, nos mostremos radicalmente en contra de la ley, pero Dios nos libre de ser protagonistas directos y encontrarnos en la difícil disyuntiva de tener que tomar una decisión al respecto sobre nosotros mismos.
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