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El Adviento es, sin duda, uno de los momentos más significativos en el calendario litúrgico cristiano. Un tiempo que no solo precede a la Navidad, ... sino que invita a la reflexión, la espera y la esperanza. En su sentido más profundo, el Adviento es mucho más que un simple periodo de preparación para celebrar el nacimiento de Jesús; es una metáfora de la vida misma, donde la espera del Salvador se convierte en símbolo de la espera constante del ser humano por un mundo mejor, más justo y lleno de paz.
Este preámbulo nos recuerda que el Adviento significa, ante todo, espera, o mejor dicho, esperanza. Y en ese sentido, toda la vida puede verse como un Adviento prolongado, un estado permanente de anticipación y fe en la venida definitiva de Cristo. No se trata solo de recordar su nacimiento hace más de dos mil años en Belén, sino de esperar con anhelo su regreso, su segunda venida, que pondrá fin a este mundo tal como lo conocemos y marcará el inicio de la vida definitiva.
A diferencia de otras formas de espera, el Adviento no es pasivo. No es un mero conteo de días hasta la Navidad. Es un tiempo de preparación, un llamado a reflexionar sobre nuestras vidas, sobre cómo acogemos al Señor en nuestro día a día. No se trata de recibir al Señor «como recibimos a los inmigrantes que vienen en patera», es decir, con indiferencia o con prejuicios. Debemos recibirlo con dignidad, con el corazón abierto, dispuestos a transformar nuestras vidas, para estar en sintonía con el mensaje de amor y salvación que Él trae.
Esta preparación no es algo superficial ni temporal. El Adviento nos invita a examinar nuestras vidas en profundidad, a identificar las áreas donde hemos fallado, donde el egoísmo, la indiferencia o el rencor han tomado el control. Es un tiempo para abrirnos a la gracia de Dios, para permitir que su luz ilumine nuestras tinieblas personales, tal como las luces de Navidad llenan de color las calles en esta época del año. Sin embargo, estas luces no deben verse solo desde un punto de vista comercial o político. Su verdadero significado radica en la luz espiritual que Cristo trae al mundo, una luz que disipa las sombras del pecado y del sufrimiento.
El concepto de esperanza, tan central en el Adviento, no es una ilusión ni un optimismo ingenuo. No es el tipo de esperanza que espera, por ejemplo, ganar la lotería sin hacer nada al respecto. La esperanza cristiana es activa, es poderosa, porque se fundamenta en la realidad más profunda: la existencia y el poder de Dios. La esperanza «no se apoya en hechos empíricos», sino en la promesa divina, en la bondad de Dios y su capacidad para realizar lo que ha prometido.
Es cierto que el comportamiento humano, con su maldad y sus injusticias, puede retrasar la realización del plan divino, pero nunca podrá impedir que se cumpla. La esperanza cristiana es, por tanto, una esperanza audaz, que se atreve a mirar más allá de las circunstancias actuales, más allá de los problemas y las injusticias que vemos a nuestro alrededor. Es una esperanza que, en palabras de San Pablo, «no defrauda», porque está anclada en la certeza de que Dios ha vencido, y que su victoria es definitiva.
En este sentido, el Adviento es también un tiempo para renovar nuestra confianza en la providencia divina. A lo largo de la historia, el cristianismo ha atravesado momentos de gran oscuridad, de persecuciones y crisis, pero siempre ha resurgido con fuerza, porque su fundamento no es humano, sino divino. Al igual que el cristianismo ha evolucionado y se ha depurado con el tiempo, eliminando michelines, también nosotros estamos llamados a purificarnos, a dejar atrás todo lo que nos aleja de Dios y abrazar con fe y confianza su promesa de salvación.
Vivimos en un mundo lleno de sufrimiento y violencia, un mundo donde las pandemias, las crisis económicas, los conflictos personales y las injusticias parecen dominar el panorama. En medio de esta realidad, el Adviento nos invita a no perder la esperanza, a no ceder ante el desaliento. Aunque la situación pueda parecer abrumadora, la más importante de las batallas ya ha sido ganada por Cristo. Esta afirmación es crucial, porque nos sitúa en el lado ganador de la historia. No estamos solos en esta lucha; Cristo ha vencido al mal, y nuestra tarea es mantenernos firmes en esa victoria, confiando en que, a su debido tiempo, su reino de amor y paz se hará plenamente visible.
La espera del Adviento, por tanto, no es una espera vacía. Es una espera cargada de fe y paciencia, una espera que se alimenta de la certeza de que Dios está presente y actúa en nuestra vida, incluso cuando no lo percibimos de manera inmediata. Mirar al pasado, y ver cómo el cristianismo surgió en condiciones de gran precariedad y, sin embargo, ha perdurado a lo largo de los siglos, nos aporta un testimonio poderoso de la fidelidad de Dios, y nos da razones para confiar en que el futuro también está en sus manos.
Finalmente, el Adviento nos prepara para la Navidad, la celebración del nacimiento de Jesús, el «Dios con nosotros». Es un tiempo de gozo y de esperanza, porque nos recuerda que, a pesar de las dificultades y las pruebas, Dios ha intervenido en la historia para salvarnos. Las luces de Navidad, que adornan las calles y los hogares, son un símbolo de esa luz divina que ha venido a iluminar nuestras vidas.
La Navidad nos da razones suficientes para ser felices, incluso en medio de las tristezas y desgracias que podamos experimentar. Es una festividad que nos recuerda que no estamos solos, que Dios ha venido a nuestro encuentro y que su amor es más fuerte que cualquier oscuridad.
En definitiva, el Adviento es mucho más que una preparación para la Navidad. Es un tiempo de esperanza, de fe y de renovación espiritual. Nos invita a esperar con confianza la venida de Cristo, no solo en la historia, sino también en nuestra vida diaria y en el final de los tiempos. Nos recuerda que, aunque el mal parezca prevalecer, la luz de Cristo ya ha vencido, y que estamos llamados a ser portadores de esa luz en un mundo que tanto la necesita.
Los integrantes del Grupo de Opinión 'Los Espectadores' son:
Jesús Fontes, Javier Jiménez, José L. Garcia de las Bayonas, José Izquierdo, Blas Marsilla, Luis Molina, Palmiro Molina, Francisco Moreno, Antonio Olmo, José Ortíz, Francisco Pedrero, Antonio Sánchez y Tomás Zamora.
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