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No sé si les pasará a todos ustedes, pero yo, cuando caen cuatro gotas me pongo irascible. Pero si en vez de cuatro, caen cuatrocientas, ya de lo que me pongo es de mal humor. En contra del dicho de 'como quien oye llover', que ... significa que alguien no presta atención a lo que otro está diciendo, por muy importante que sea, yo, cuando oigo llover, pongo todos mis sentidos en el deseo de que pare cuanto antes. La lluvia me gusta lo justo. Un poco para que limpie atmósfera y calles, y ya está. Y eso que en la infancia cantábamos aquello de 'que llueva que llueva, la virgen de la Cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan, que sí, que no', etc. Yo y mis compañeros entonábamos eso; ahora, no creo que haya niño que se sepa ni esta ni otra canción inspirada en la cultura popular. Poco queda de cultura popular, pardiez. Los críos estábamos encantados no solo con cantar esa canción, sino con chapotear todo charco que se nos cruzara, aunque el vestuario no estuviera preparado para nada que necesitara impermeable o abrigo.
Por cierto, ya que empecé con la expresión 'como quien oye llover', diré que he indagado el origen de ese dicho y no puede ser más curioso. Resulta que cuando Hernán Cortés se reunió con Moctezuma, allá a principios del siglo XVI, para hablar de política, es decir, para hablar de lo que se podían apoderar los invasores, el jefe azteca estaba acompañado de un sacerdote de Tlaloc, dios de la lluvia, consejero personal, que se encargó, mientras los líderes discutían, de escuchar el sonido del aguacero que caía. Diré entre paréntesis, que los aztecas creían en esa divinidad que enviaba mensajes a través del agua que bajaba del cielo. Pues bien, mientras que los jefes hablaban, el sacerdote se centraba en descifrar lo que significaba la lluvia, ensimismado, sin atender a nada más. Es lo que movió la curiosidad de los soldados españoles, que veían con sorpresa que al consejero del Moctezuma parecía no interesarle nada de cuanto allí sucedía: estaba 'como quien oye llover'.
Menudo rollo les he metido para insistir en que, si oigo llover, me remueve la inquietud por no poder salir a la calle, o pensármelo bien antes de hacerlo, pues no están las aceras para tonterías: se suelen producir resbalones o meteduras de pata (nunca mejor dicho) en losas sueltas que expelen barro a zapatos y bajos pantaloneros. Sí, ya sé que por aquí se dice que, cuando llueve, llueven billetes; que el agua es una bendición de Dios, tanto para la huerta como para los pantanos, normalmente vacíos o medio vacíos. Pero también oigo o leo en los medios a representantes agrarios comentar que la mucha agua tampoco es buena del todo. Que si los frutales se inundan, que si los viñedos retrasarán sus uvas, que el cereal se atrofia, etc. Sin embargo, las sequías prolongadas hacen que clero y feligreses saquen a la Virgen a la calle para rogar que llueva. No sé si estas aguas que hoy originan mi columna son producto de un exceso de plegarias, porque la verdad es que a la naturaleza se le ha ido la mano.
Y es que en esta 'Levantia' en la que vivimos, término que acuñó mi inolvidable amigo Juan Guirao, no es propio que llueva tanto y tan seguido. Todo lo contrario, pasa en Galicia: si en una semana no cae una gota, se ponen de los nervios y hacen cosas como pagarla con el ribeiro o con algún otro clarete más contundente. A nosotros nos pasa lo opuesto, por aquello de la variedad cultural de las regiones españolas. Esta circunstancia es lo que mejor ejemplifica ese otro refrán de 'nunca llueve a gusto de todos', verdad como un puño.
Digo todo esto porque, en mi modesta opinión, está lloviendo demasiado en esta entrada a la primavera del año. Y menos mal que lo está haciendo antes de una Semana Santa que se vaticina ideal para recuperar las de los dos años anteriores, suspendidas por culpa de la pandemia. No debo quejarme, pues, mejor que llueva en estos días finales de marzo, es decir, que marcee todo lo que tenga que marcear, y no que mayee, para confiar en que las procesiones salgan cuando tengan que salir, sin el temor a volver a todo galope a la iglesia de origen, como hemos visto estos últimos años más de una vez.
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