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Un expolítico me hablaba el otro día sobre la famosa desdicha que les cae a todos los expolíticos. La de «cuando el teléfono deja de sonar». Me decía: «La auténtica desdicha se siente no cuando el teléfono deja de sonar, sino cuando tú llamas a ... la gente que antes te telefoneaba a ti continuamente, y nadie se pone». En política esas cosas son fulminantes. Por la noche eres Dios y, tras caer en desgracia durante la madrugada, por la mañana nadie te coge el teléfono, por si contagia. Igual que en las relaciones amorosas. Eres, dicen, todo y un rato después, al atravesarse por el camino alguien más solvente, ni te conocen. La moraleja de este bonito cuento («érase una vez... pero ya no») es que ni el amado ni el político en activo fueron nunca, en realidad, nada. La mayoría llevan muy mal lo de que, de pronto, ni llame nadie ni nadie coja el teléfono. Hubo un exdelegado del Gobierno en Murcia que, al comprobar que todos le habían abandonado y su móvil permanecía mudo, se puso a viajar con una bici sin destino y a dormir en cajeros automáticos, y solo se calmó algo cuando encontró el trabajo más anónimo imaginable y pudo llevar la vida de otro.

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laverdad Cuando no llaman