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¡A las librerías!

Los libreros han sido abandonados a su suerte en este tsunami que amenaza con arrasar conquistas indispensables con las que hasta ahora convivíamos

Lunes, 1 de junio 2020, 02:59

Durante la reclusión hemos podido acudir a tiendas y supermercados, ver películas en televisiones y tabletas, escuchar música en plataformas digitales, visitar pinacotecas 'online', o, en fin, ver y oír espectáculos teatrales u operísticos, muchos de ellos ofrecidos altruistamente por organizaciones e instituciones culturales. Aun siendo sucedáneos de carácter virtual, han prestado un eficaz servicio al entretenimiento y la cultura. En cambio, por su circunstancia de ámbito físico susceptible de recibir compradores y distribuir productos tangibles, las librerías han permanecido cerradas a cal y canto. Incluso, si no lo he entendido mal en el batiburrillo de órdenes, decretos y directrices, han vuelto a la normalidad con más restricciones que bares, cafeterías, clubes deportivos y otros negocios, a pesar de ser instalaciones mucho menos susceptibles de contagio (lamentablemente, en las librerías no suelen acumularse los clientes) que las citadas, cuya apertura aplaudo como inicio de la deseada normalización.

El caso de las librerías indica la escasa valoración que se concede al ámbito cultural de la lectura, que, a mi entender, es imprescindible para el correcto funcionamiento de una sociedad. Porque a través de ellas conocemos el mundo, tomamos lecciones preventivas del pasado como antídoto contra algunos males presentes, cultivamos la inteligencia y aprendemos el porqué de las emociones, contrastamos puntos de vista diferentes, gozamos con la vida y el pensamiento ajenos, navegamos por mundos alejados del nuestro, completamos, en fin, nuestra formación sentimental e intelectual. Tantos y tan ingentes beneficios que aún siento perplejidad por el hecho de que casi nadie haya salido en defensa (sí lo han hecho los valedores del cine, la música y el teatro) de un sector imprescindible, reivindicando ayudas, una planificación tras la hecatombe o una mayor conciencia de su utilidad pública. Tengo la sensación de que los libreros han sido abandonados a su suerte en este tsunami que amenaza con arrasar conquistas indispensables con las que hasta ahora convivíamos.

De cuánto consuelo han servido los libros estos días. En el doble confinamiento de los hogares y nuestras soledades hemos podido habitar mundos paralelos. Cuántas horas de alivio mientras andábamos inmersos en las páginas amigas de los libros, mientras radios y televisiones desgranaban el escalofriante recuento de fallecidos, contagiados y curados. Conviene sacar a colación en este instante la sabia recomendación de Quevedo desde la Torre de Juan Abad: «Retirado en la paz de estos desiertos / con pocos pero doctos libros juntos / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos». Reivindicación incontestable de la lectura de los clásicos como conversación con el saber y eficaz refugio contra las tribulaciones. Siglos después del inmenso escritor, la lectura continúa siendo un bálsamo vital.

Hablo de un regreso a los espacios mágicos donde cada libro espera la mano amiga de un lector

Efecto indeseado de la reclusión será el ensanchamiento de la brecha digital. A un lado quienes todo lo fían al universo cibernético, para los que no hay más horizonte que la rendición, atados de pies y manos y amordazados de mente, a un mundo de elementos intangibles a cuyos dirigentes desconocemos y qué intereses ocultos lo mueven. Por otro, los 'antiguos', supuestamente instalados en la nostalgia de modos y argumentos culturales pasados, incompatibles con la pujante modernidad de las tecnologías. Entender así el mundo es ignorar que el progreso no se afianza solamente en las herramientas materiales que lo posibilitan, sino en el pensamiento heredado de quienes investigaron antes y superaron retos, o la experiencia de quienes, frente a catástrofes demoledoras, idearon soluciones y estrategias para combatirlas.

El mundo de los libros, a caballo entre lo analógico y lo digital, puede ser puente de unión entre ambos. Leer, esa es la consigna. Acudir a las librerías para adquirir las obras recomendadas solidariamente por familiares y amigos. Ver colas ante ellas sería indicio de resistencia frente a otros virus letales, en este caso contra las ideas, más sibilinos y destructores a largo plazo. Virus como los del consumo sin tasa, el desperdicio intolerable de usar y tirar, el desprecio por la naturaleza o la insensibilidad ante quienes han padecido y padecen más que la mayoría; virus que persiguen convertirnos en seres de pensamiento único y alienado, sometidos al dictamen de corporaciones transnacionales para las que los individuos deben cambiar su condición de 'homo sapiens' por la de 'homo consumer' y 'homo zapping' con los dedos soldados a las teclas del mundo virtual.

Hablo de un regreso a los espacios mágicos donde cada libro espera la mano amiga de un lector que vuelva sus páginas, disfrute las peripecias de los personajes, asimile los pensamientos engarzados entre los renglones y crezca personalmente con cada párrafo que se deslice ante sus ojos. En adelante, todos los días pueden servir para reivindicar con mayor determinación y compromiso la poesía, el teatro, el ensayo o la novela. Así que, sin más pausa, ¡a las librerías!

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