Borrar

La libertad secuestrada

La tentación de todos los poderes, sean políticos o económicos, es perpetuarse y rescindir o eliminar los obstáculos que puedan interponerse en su camino

Lunes, 18 de mayo 2020, 02:23

Las circunstancias excepcionales vividas durante la pandemia han obligado al Gobierno, con la aquiescencia de la oposición, a adoptar medidas únicas, impensables en otro contexto menos lamentable. Uno de los valores más dañados por estas medidas es el de la libertad. No solo hemos perdido la salud, y algunos, demasiados, la vida, sino también la libertad. Nos hemos visto impelidos a confinarnos en los hogares, a restringir movimientos y traslados, a despedir a los fallecidos en la distancia, a renunciar a la vida social. Todas ellas medidas necesarias, y debemos esperar que coyunturales, para evitar la propagación de la enfermedad y sus consecuencias.

Sin embargo, cuando pasen la pandemia y su cohorte de restricciones y desgracias habrá que reflexionar sobre la devolución de esa libertad secuestrada a sus legítimos poseedores, que somos el conjunto de la ciudadanía.

La tentación de todos los poderes, sean políticos, económicos o de otro tipo, es perpetuarse y rescindir o eliminar los obstáculos que puedan interponerse en su camino. Actualmente existe el peligro de que gobiernos e ideologías totalitarias quieran ejercer el control del poder y rebajar, solapando o impidiendo las conquistas democráticas alcanzadas en los últimos tiempos. Entre ellas la libertad de hablar, hacer crítica desinteresada y moverse física e intelectualmente por los territorios que cada cual desee, según su leal saber y entender.

Hemos permitido el secuestro de la libertad como situación excepcional y es lógico que se nos devuelva cuando todo vuelva por sus cauces. No debe ocurrir como sucedió con la destrucción de las Torres Gemelas de Manhattan en 2011. Entonces la disyuntiva fue optar entre libertad y seguridad. Elegimos la segunda y así andamos, con nuestras intimidades en la plaza pública, desnudándonos en los aeropuertos a la vista de los pasajeros, haciendo todos los pagos a través de los bancos, que conocen hasta el último detalle de nuestra existencia, con nuestros datos personales en poder de corporaciones transnacionales que trafican con ellos, con nuestra vida convertida en un patio de vecindad, un penoso espectáculo donde andamos entretenidos con las vidas de famosos e influyentes (amigos y familiares podemos permitírnoslo), mientras que en ocultos despachos, los beneficiarios de la catástrofe elaboran estrategias para un próximo campo de batalla que incremente sus ganancias multimillonarias.

Estos días ha surgido la polémica de los lazos azules. Gentes bienintencionadas, incluidos algunos familiares, propusieron que, ante las denuncias y abucheos de muchos ventaneros contra personas con derecho a pasear por la vía pública acompañados de tutores, padres o monitores (determinados casos de autismo y enfermedades raras en niños, de pacientes siquiátricos necesitados de salir a la calle acompañados) llevaran lazos azules en la muñeca para identificar a los enfermos. Una clara violación de derechos individuales protegidos por las leyes. Los tocados por la enfermedad no tienen por qué mostrarlo en público. Imaginemos por un momento que los enfermos de sida tuviesen que llevar un lazo rosa para identificarse, de igual modo que en la Alemania de los años treinta los judíos eran obligados a llevar cosida en la ropa una infamante estrella amarilla para indicar su raza.

Hoy la disyuntiva se halla entre conjurar la pandemia y restringir la libertad, con una derivada añadida: la vulneración de derechos humanos por motivos de sexo, edad, raza, dependencia. Acciones como establecer prioridades en la atención sanitaria dependiendo de la previa existencia de enfermedades, de la edad, de si se es nacional o inmigrante, mujer u hombre... Aplicaciones informáticas autorizadas por el Ministerio de Asuntos Económicos con las que se puede localizar la situación de los ciudadanos en todo momento para prevenir los contagios dan miedo, ya que no estamos completamente seguros de que las empresas cibernéticas renunciarán a un control generador de pingües beneficios, una vez acabada la pandemia. Otras medidas en estudio, como las que permitirían detectar con el móvil la presencia de personas que han estado en contacto con enfermos añadiría una nueva categoría social, la de los 'apestados', de quienes todo el mundo huiría. Tal cúmulo de asechanzas ha hecho que organizaciones de derechos humanos alerten sobre la posibilidad de llegar a esta situación de general usurpación de la libertad, algo que supondría un atraso de décadas en avances sociales ya consolidados.

Sabemos que hay leyes que protegen nuestra intimidad frente a los abusos, una Agencia de Protección de Datos que vela por las extralimitaciones de muchas empresas cibernéticas, pero entiendo que toda precaución es poca ante el poder omnímodo, la sofisticación y la capacidad manipulativa empleados en violar nuestros derechos.

Reitero, en fin, lo dicho al principio: una de las cuestiones prioritarias que habrá que resolver tras la tragedia es la devolución a sus legítimos dueños, cada uno de nosotros, de los derechos y libertades que hemos entregado en préstamo de buena voluntad para acabar con la pandemia.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad La libertad secuestrada