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Constato sin sorpresa los avances que realizan en toda España y en nuestra región los contrarios a la libre elección de los estudiantes, y sus tutores legales en su caso. De momento, han logrado imponer la denominación de 'censura' para lo que es 'elección'. Hablan como si el que quiere reservarse el derecho a elegir cómo y qué estudiar pretendiese imponer que los demás no estudien determinados temas, cuando la realidad es justo la contraria: son los partidarios del vocablo 'censura' los que quieren obligar a todos a estudiar lo que ellos digan y desde el punto de vista que prefieran. Firme partidario de la libertad, tanto ahora, que no tiene riesgo, como en el franquismo, que sí lo tenía, no puedo permanecer ajeno al debate.
Uno de los argumentos de los sedicentes contrarios a la censura es que su proceder está amparado por la libertad de cátedra. Dice la Unesco que es «la libertad de enseñar y debatir sin verse limitado por doctrinas instituidas... la libertad ante la censura institucional... poder ejercer sus funciones (las docentes e investigadoras) sin temor a sufrir represión por parte del Estado o de cualquier otra instancia». Dos ideas básicas: incluye la libertad de debatir y recalca que es la libertad del docente frente al Estado y otras instancias de poder. Y ese es, en efecto, el meollo de la libertad de cátedra: que un docente marxista pueda enfocar en Estados Unidos su enseñanza de la economía según sus convicciones y que uno liberal pueda hacerlo en Cuba o en China según las suyas. Me temo que será el segundo el que sufrirá represión, eso sí en nombre del pueblo.
Insisto: la libertad de cátedra lo es frente al Estado, pues el individuo siempre está en desventaja frente a tan potente organización, que además ostenta el monopolio del uso legítimo de la fuerza y de la coacción. El Derecho penal es su último argumento. Yo creo en esa libertad de cátedra y siempre la defenderé. No creo, sin embargo, que la libertad de cátedra inmunice al docente de las disensiones y críticas de los ciudadanos particulares, pues también existe la libertad de estudio, cosa que casi nadie suele mencionar.
El que se opone a esta libertad, y la llama censura, no es un valiente que se opone a la fuerza dominante, sino uno que colabora con la mayoría social, y en última instancia con el Estado, para imponer el pensamiento único del momento. La valentía no se demuestra fingiendo oponerse en Murcia a unas por el momento inexistentes reclamaciones de estudiantes o progenitores, y en realidad pretendiendo preventivamente que ningún ciudadano pueda en el futuro discrepar o reclamar. No; eso es colaborar impunemente con la mayoría ahora dominante o mejor organizada y vociferante. La valentía se demostraría exigiendo en las Baleares el derecho a estudiar en español, o en Cataluña negándose a tener que aceptar que les enseñen cómo Hemiespaña los ha oprimido durante siglos y, más chusco, que el Quijote se escribió en catalán y fue traducido fraudulentamente al español. Eso es valentía; lo otro, colaborar con el ogro filantrópico disfrazándose sin riesgo con falsos plumajes libertarios.
También se dice que la elección parental equivale a cuestionar la labor docente del profesor de turno. Pues claro, ¿o es que los profesores, y no digamos los activistas, son inmunes a la crítica en un país donde hay libertad de expresión? ¿No hay derecho a cuestionar a ningún docente en ningún caso en un país donde los periodistas nos destripan a todos, los pacientes tienen derecho a una segunda opinión médica, y todos lo tenemos a disentir de las sentencias judiciales, aunque no a incumplirlas?
¿Ignoran que los avances conceptuales en Europa se han producido cuestionando a los docentes de la época? ¿Qué hizo Sócrates sino ridiculizar a los sabios de su tiempo? ¿Y Galileo, sino cuestionar a los que unánimemente sostenían la teoría heliocéntrica de Aristóteles? ¿Y Darwin y Wallace, sino cuestionar a los que mayoritariamente enseñaban que cada especie había sido creada separadamente por Dios? ¿O Dickens, sino pasarse por el forro el romanticismo de Byron y Shelley para relaltar con crudo realismo las desventuras de los niños pobres de la era victoriana?
Han dicho nuestros tribunales que, si bien la libertad de cátedra protege especialmente a los docentes universitarios, cabe ampliarla a todos los niveles de enseñanza con la reserva expresa de respetar lo previsto en los artículos 24 y 27 de la Constitución. O sea, sin eliminar la libertad de expresión de los ciudadanos y la de estudio de los discentes y sus tutores. En efecto, la libertad de cátedra no es ilimitada, la de expresión es fundamental, y toda libertad siempre lo es del individuo ante el Estado o sus colaboradores y jaleadores.
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