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La pandemia global del coronavirus nos ha cogido a todos a contrapié, por mucho que algunos se empeñen en decir que lo vieron venir. Nadie podía esperar un cataclismo así, cuánto iba a poner a prueba nuestro sistema sanitario, cómo iba a afectar a la ... economía, ni que fuera un fenómeno tan globalizado. Sorprende aún que gobernantes tan irresponsables como el brasileño Bolsonaro sigan intentando minimizar el problema.
Las crisis no son una novedad, son consustanciales a la historia y nos han machacado y nos seguirán machacando con cadencia cada cierto tiempo, por una razón u otra. Lo que tenemos que hacer es ir sacando lecciones de la historia para salir de ellas lo antes posible.
Las alusiones a la última gran pandemia, la siempre mal llamada gripe española, que coincidió y mató a más personas que la primera guerra mundial, son oportunas; si me apuran, también, a las antiguas pestes bajomedievales y las del siglo XVII, que se llevaron cada una a un tercio de la población europea. Pero hay dos matices importantísimos que nos diferencian de estas últimas: en primer lugar, el avance médico y la protección de los Estados son infinitamente mayores hoy, así como la capacidad de movilizar recursos; y, ante todo, nuestra sociedad y nuestras economías están mucho más globalizadas. Por eso, la propagación de la pandemia ha sido tan rápida. Cabe esperar que, cuando seamos capaces de ir aplanando la curva de contagios y de salir de esta, muchos intentarán recuperar las actitudes que se repitieron tras esas pandemias: el pesimismo, el discurso demagógico del nacionalismo de solucionar solos nuestros problemas, cierre de fronteras, proteccionismo, búsqueda de chivos expiatorios..., etc. Sin embargo, creo también que tendremos la oportunidad de hacer precisamente lo contrario y salir más rápido de esta crisis.
Si algo nos ha enseñado la historia es que las sociedades y las economías que se cierran son las que más tardan en recuperarse y, en muchos casos, alargan su crisis hasta el infinito, entrando en una espiral depresiva de producción y consumo. La insolidaridad y el nacionalismo hundió a Europa en los años veinte y treinta, cuando las políticas se volvieron más y más nacionalistas, hasta desembocar en dolorosos ciclos bélicos, exactamente igual que en los ciclos de pestes de las edades media y moderna. Solo cuando las economías volvieron a hacerse abiertas la recuperación se aceleró. Ocurrió tras la segunda guerra mundial, con el librecambio generalizado y en la edad media la superación de los ciclos de pestes dio lugar al floreciente Renacimiento, aunque con varias décadas de retraso. Son las lecciones de la historia. Ahorrémonos años de confrontación, dudas y titubeos.
El momento es complejo, porque estábamos saliendo de otra crisis, financiera, que trajo recortes y endeudamiento. También nos encontramos con un nivel lamentable en la clase política, que ha creado una desafección generalizada. No solo en España, sino en el resto del mundo. No es novedad que ya se han consolidado liderazgos políticos que blanden la espada del populismo tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda, con la misma dinámica de mirar al pasado y señalar culpables a sus problemas, en los inmigrantes o en los empresarios.
Pero ahora es el tiempo de la solidaridad y de las políticas realmente contracíclicas. Olvidemos la ortodoxia: en primer lugar, para salvar vidas, luego, para salvar la economía. Toca gastar con cabeza, pero tendremos que endeudarnos para ayudar a las empresas y a las familias. Nada de cerrar fronteras, sino de todo lo contrario. Y demostrar que podemos hacerlo mejor unidos.
Por supuesto, Europa no es precisamente ahora el problema, sino la gran solución para coordinar una salida a la crisis y demostrar que el proyecto de la Unión Europea tiene un futuro real y ambicioso, o se desmembrará en medio de los egoísmos nacionales. Toca cederle soberanía fiscal, un presupuesto real y mayores políticas de fomento económico, con la menor burocracia posible. China, Rusia y los Estados Unidos, en ese orden, estarían encantados de nuestro fracaso, puesto que no hay cosa que menos les interese que una Europa unida, en términos económicos y geoestratégicos.
Hay que hacer una auténtica política de reconstrucción sin complejos. Podemos y debemos organizar nuestro propio Plan Marshall. Es el momento, y lo están pidiendo a gritos economistas de prestigio, de implantar los eurobonos y hacerlo a gran escala. En España habrá que dejarse de gasto superfluo y centrarse en lo esencial: la educación y los servicios esenciales. El Gobierno debe a toda costa fomentar y recuperar la producción y el consumo y ayudar a las empresas, no tanto a despedir como a conseguir que sigan subsistiendo. Habrá que recuperar la ilusión. Ya llegará el momento de los reproches. Sin duda, tendremos que hacer importantes sacrificios y no todos apechugarán lo mismo, pero merecerá la pena. La alternativa, amigos, es letal.
Mientras tanto, ejerzamos la solidaridad: ¡quédate en casa!
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