El virus de las mil caras
LA ZARABANDA ·
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¿Cómo es posible que el animalejo cambie de chaqueta tantas veces?El virus este que corre por el mudo desde hace ya dos años, parece el hombre de las mil caras. Cuando se siente acorralado por ... las vacunas, se retuerce sobre sí mismo, se autorrompe, como si dijéramos, y se convierte en otro. Si no fuera tan diminuto (pues no resulta visible sino al microscopio), podrían hacer en Hollywood una peli que nos mostrara...
–Mejor aún que una peli sería una serie, ahora que parece que se les ha acabado el gas a los guionistas.
Sería una seria tan larga como esa turca (hablada en mexicano, fíjate) que tiene sobre ciento cincuenta capítulos o más. Se titula 'Kara Para Ask', o sea 'Amor por el dinero negro' y no se acaba nunca. Mejor deberían llamarla 'De aquí a la eternidad', como aquella tan famosa producción de Zinnemann, a cargo de Montgomery Clift y Burt Lancaster. En fin.
Pues, volviendo al tema de inicio, tenemos que en Chipre, que no tiene culpa de nada, se ha producido un maridaje entre Delta y Ómicron. Advierta el lector si serán zorros los virus estos, que (para mayor malignidad) se unen el Delta, que es duro de pelar, con el reciente Ómicron, que hace menos daño, pero se contagia todavía más que los piojos. Parece como si los virus fueran personajes que vivieran dentro de otros personajes que somos nosotros.
Después de ver todo esto (y de sufrirlo) el personal se desconcierta. Cuando creíamos que el virus con una determinada cara estaba prácticamente derrotado, llega otro con diferente rostro y se adueña de la situación. Visto eso, los antivacunas, lejos de cambiar de opinión y vacunarse, arrecian en su campaña. Y se montan unos cirios por esas calles, que da miedo verlos a palos con la policía.
Mientras tanto, el cambio climático sigue a lo suyo. Hace que se desborden los ríos y provoca borrascas que debemos calificar de catastróficas. Un día te hielas de frío y al otro la tibieza del ambiente invita a meterse en el mar. Pero la vida sigue, me dirán. Pues sí, pero a trancas y barrancas.
Vivimos tiempos raritos. Menos mal que Moncloa y San Esteban velan por nosotros, amén.
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