Y los viejos que mata el virus, ¿qué?
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LA ZARABANDA ·
Puesto que les queda poco por vivir, dejarlos morir como si nada sería pecar ante Dios y ante la HistoriaSi miras alrededor, quiero decir fijándote, cada día cobra más fuerza la opinión de que vamos a tener que vivir con el virus. Puede que ... llegue un tiempo que ya no sea preciso tomar precauciones. Y será entonces cuando haga acto de presencia la 'nueva normalidad'. Ocurre, sin embargo, de acuerdo con todos los indicios, que los viejos no llegaremos a tiempo. O será con padecimiento, si consideramos que la mayoría de los ancianos somos crónicos de una o varias enfermedades. Hablo de los mismos que se enfrentaron al virus llevando a cuestas alguna 'patología previa'.
Vamos a decirlo claramente. Los adultos (y quizás algunos jóvenes caritativos) estamos convencidos de que han muerto por el virus bastantes más ancianos de la cuenta. Habrían sido menos los que se marcharon al otro mundo, si se hubiera aplicado a los que vivían en residencias una atención más preventiva. Por mucho que, al principio de la pandemia, se diera la impresión de que se les concedía una atención preferente, vacunándolos antes que a nadie. Una parte de la sociedad tendrá que aceptar ante Dios, quienes no sean creyentes, y ante la Historia, una dejación que no parece que estemos dispuestos a reconocer abiertamente.
Los instantes de vida que le quedan por vivir a un individuo cargado de años valen más (en teoría) que los de quienes aún son jóvenes. Según los sabios, que penetran más profundamente en la realidad, a no pocos mayores les obsesiona el discurrir del tiempo. «Cuando pienso que todos los instantes que he vivido están abolidos para siempre –escribe el rumano Cioran–, me sorprendo de mi apresuramiento por vivir otros».
A quienes les queden pocos, esos instantes que ya pasaron deberían emplearlos (y a lo mejor lo hacen) en vivirlos con más aprovechamiento. Por eso, consentir que los ancianos se mueran 'a chorro', algo que ya es más que evidente, lo veo un pecado de los gordos. «Cada instante que pasaba –reflexiona el pensador– sabía que pasaba y que no lo recordaría jamás. No tomamos conciencia de esa sucesión de instantes mientras actuamos, ni siquiera mientras reflexionamos». Y nos morimos sin bien vivirlos.
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