Algo muy preocupante

Mi amigo se ha vuelto huraño. Habla poco, en comparación con ocasiones anteriores, cuando cualquier chorrada lo estimulaba para pergeñar un discurso. A pesar de eso, no era lo que decimos un plasta, sino que toda su persona rezumaba amenidad. Le gustaba tomárselas de cuando en cuando. No tanto por darle satisfacción al gaznate, como por hacerlo entre conocidos. Era, eso sí, incapaz de escribir tuites, estaba de vuelta de la política, llevaba a los nietos al cole sin rechistar... Pero, en todo lo demás, lo veías muy animado. Lo mismo que cuando era un zagal que lo esperaba todo (y a la vez nada) de la vida. Quiero decir con esto que gastaba mucho sentido común. Era modelo a seguir, vaya.

Por eso me resulta tan difícil entender que se haya convertido en un vendo. Últimamente le ha dado por no pisar la calle. Se queda todo el día encerrado en el piso, sin ansias para nada de lo que hace un hombre en su casa: guisar si es seguidor del Chef-Master, donde sale Pepe Brazoscruzados, ver la tele o leer un libro. Él está todo el santo día sumido en sus pensamientos. Ha perdido las ganas de comer y tiene preocupada a la familia. Y a los amigos.

Uno se pregunta cómo puede alguien cambiar tanto (y tan para peor) de la noche a la mañana. No hay manera de sacarle palabra que nos aclare qué le sucede. Lo ha visto el médico, su señora ha hablado con el cura, pero ni por esas. Después de mucho porfiar, mi amigo (cansado ya de tanto apremio) lo ha confesado: «Es que no puedo hacerme a la idea de que también este año nos dé las uvas la Igartiburu».

Por nadie pase.