El miedo no guarda la viña

Pues resulta que no. Comprobamos ahora, más perplejos que otra cosa, cómo ese razonamiento que parecía tan firme se cae a pedazos. Basta que un país grande quiera cargarse a otro pequeño, para que el viejo refrán deje de tener vigencia. Y no solo eso, sino que la parte agresora se permite afirmar que tiene preparado el arsenal nuclear, de manera que, a partir de ese momento, basta con apretar el botón.

La amenaza es tan evidente y acojonante que nadie se atreve ni siquiera a comentarla. Putin dice lo que dice y todos callan. Ningún líder se anima a responder. (No digo actuar con la misma moneda, sino aportar algunas actuaciones capaces de volver a la situación anterior, cuando no se aludía para nada a lo nuclear. Todos estaban de acuerdo en que eso no debía mencionarse, simplemente porque no se iba a producir). Está más que claro que, hoy por hoy, el miedo no guarda viña ninguna. Asistimos a ese comportamiento humano tan estúpido y peligroso, que consiste en amenazar con la destrucción del planeta, a sabiendas de que, si algo así se cumpliera, todos nos iríamos al otro mundo.

A los humanos, tan frágiles en definitiva, nos gusta sin embargo caminar por la cuerda floja o por el filo de la navaja, cuando mejor sería hacerlo por el filo de un tomate, que es menos arriesgado. Está sucediendo igual con el cambio climático. A pesar de los avisos que ya estamos recibiendo, no hay forma de que se apliquen las medidas que permitan minimizar sus efectos. Así es como somos y así nos va. Putin amedrenta con una guerra atómica. Y como la intimidación es tan atrevida, nadie abre la boca proponiendo soluciones.