La llamaban Ómicron

–O sea que estamos jodidos.

Una buena noticia no parece que sea. Trinidad era un malvado y la variante tres cuartos de lo mismo, solo que, en su caso concreto, todavía más dañina. Ese 'escape vacunal alto' del que nos hablan sugiere que los tres pinchazos recibidos por miles de personas, se los salta la Ómicron a pies juntillas. Menos mal que una socia de Pfizer lleva un tiempo trabajando (quizás desde antes de dar la cara la variante, fíjate) para obtener un remedio. Menos mal, que si no...

Lo que cada vez tenemos más claro (y esto no son ganas de molestar) es que la coña pandemial pudiera ir para rato. Todo apunta a que el endemoniado bicho (haya sido o no producto del ingenio y la manipulación de científicos criminales, canallada esta no descartable al cien por cien) nos va a tener en vilo hasta que decida acabar con nosotros. Cuando digo nosotros me refiero a los viejos como yo, afectados por las famosas 'patologías previas'.

En este grupo que digo andamos ya con un pie al otro lado de la acequia. Muchos hemos vivido, para lo que se suele llevar, una pila de años. ¿Pero y los que vienen detrás? Nuestros nietos y los hijos de nuestros nietos. Especialistas en la cosas de la mente nos avisan del daño (psicológico y psiquiátrico) que la pandemia está provocando en la gente joven. Hay más trastornos y suicidios que nunca. Y me atrevo a decir que cuando estos zagales se atreven (como en la ciudad alegre y confiada) a poner sus vidas en peligro, no tomando las debidas precauciones, quizás estén practicando una forma sutil de quitarse de en medio. ¿Por qué? Pues porque son víctimas principales de la crisis (no solo de valores) en la que está chapoteando el sector joven de la sociedad.

Y dispense el lector que este lunes me haya levantado tan pesimista.