Insectos para la cena

Pues claro que no, si lo que se puede confeccionar es un bizcocho a partir de unos insectos hechos harina. La gastronomía adelanta hoy casi en igual medida que las ciencias. O sea una barbaridad. Nunca las cosas de comer estuvieron tan presentes en los medios de comunicación. Jamás hubo tantas degustaciones al servicio de la Humanidad. Incluso desde la que ahora llaman España Vaciada, la tele nos trae todos los días arreglos de comidas confeccionadas con productos de la huerta o del corral.

–Mire lo que le digo. Yo, lo que se dice insectos, no pienso comer.

En fin, no sé qué responderle. Tampoco sospechábamos antes que algún día tendríamos ('todos y cada uno', como decía el otro) un aparatico llamado móvil que lo hace todo. Y ya ve usted.

–Es que me dan mucho asco.

Bueno, verá. No es que servidor defienda a capa y espada alimentarse de moscas y otros bichos a los que les tenemos aversión. Solo digo que, como se empeñen quienes mueven los hilos del mundo en que traguemos, nos comeremos lo que nos pongan en el plato. Me entero de que ese bizcocho del que hablaba más arriba lo habían elaborado (y lo que es más gordo, degustado) alumnos de la Facultad de Ciencias Sociosanitarias. Y no se registraron víctimas.

Ya en la actualidad consumimos bichos aceptados por unos y rechazados por otros. Por ejemplo, las ostras. Y mire que están sabrosas para aquellos a quienes les gustan. A otros les repugnan los percebes. No pocos se niegan a rosigar las cabezas asadas de los cabritos. Los de más allá renuncian a las angulas porque les parecen gusanos. Hay personas a quienes les asquea comer lengua de vaca. Una chicharra, bien mirada, no es más fea que una nécora.

Yo mismo tomé hormigas en Tailandia. Me las sirvieron caramelizadas (me imagino que para que colasen mejor). Lo cierto es que me las zampé más a gusto que a disgusto. Y no pasó nada.

Nadie diga de este grillo no comeré.