Contra la ensaladilla rusa

–¿Y qué les pasa a los tiempos que corren?

Pues, hombre. Que si los miras bien, no son los más adecuados, después de tantos siglos civilizadores, para que tenga lugar lo que está teniendo lugar. Se suponía que habíamos dejado de ser una panda de brutos con la maza al hombro y una piel de conejo haciendo de taparrabos. Eso pensábamos acerca de nosotros mismos, a la vista de los muchos adelantos que ha traído la ciencia. Justo cuando disfrutábamos del móvil y sus similares, situados como estábamos en la cumbre de la modernidad, cuando ya no tenemos que leer libros, sino simplemente escucharlos de boca de una voz en 'off', se instala aquí al lado una contienda del todo inesperada y manda a tomar por saco todas nuestras previsiones.

Así que nos opusimos a reflexionar. Un Amigo mío, de los castizos que tiene esta tierra, me dijo que de fruto de su reflexión era castigar, si no a todas las Rusias, a la peor de ellas, dejando de consumir... ¿qué dirá el lector? Pues algo que les apriete donde más les duela, como es la ensaladilla rusa. Cuando comunicó este hallazgo a su entorno, todo el mundo aplaudió, excepto aquellas personas que tienen la buena costumbre de pensarse las cosas dos veces.

Si los de por aquí, donde somos tan adeptos de la marinera (lo que no ha impedido que nos carguemos el Mar Menor), dejamos de ser adeptos de apreciado apreciados aperitivo, ¿qué ganaremos nosotros y qué perderá Putin? Pues lo que se dice nada. Nosotros para nosotros, ni el sátrapa para el sátrapa.

–Podríamos llevar el asunto a la Asamblea Regional.

No se canse usted. Para este viaje no necesitamos alforjas políticas. Para nuestra idiosincrasia resulta inasumible rechazar de la marinera. Y a Putin, este sacrificio nuestro se la trae floja. En consecuencia, nos vemos a medio día en la plaza de las Flores. Mientras podamos.