Una bofetada elegante

En su gestión como hombre público nunca vi que hiciera demagogia. Tampoco se metía en películas de luchas internas. Cuando pensaba que no debía decir nada, se quedaba en silencio. Si entendía que era conveniente manifestar algo, jamás se lo quedaba dentro. Aunque se perjudicara o lo criticasen. Ese topiquillo de 'lo políticamente correcto', no era de los que lo usaban en vano. Lo practicaba en sentido positivo, o sea haciendo en cada momento lo mejor para el común.

Peñarrubia responde a la imagen del lorquino viejo por sabio. Era un hombre de pueblo y para el pueblo, que soportó sin rechistar su malestar por el derrotero infantiloide que ha ido tomando su partido. Hasta que ha llegado el momento en que ya no podía contener más necesidad de manifestarse. Casi siempre hay que acabar diciendo las cosas como realmente son. Los silencios sin causa pueden llevarlo a uno a sentirse cómplice de situaciones en las que no tuvo arte ni parte. Y entonces es cuando toca hablar.

La manera de abandonar el partido dice mucho de la calidad humana de quien, por mandato de su conciencia, se siente forzado a ello. Lo ha hecho con una carta al señor Casado, en la que sin aspavientos le pide que le den de baja del PP, al que ha servido durante 45 largos años. «Hay que ser coherente –escribe– y ahora sería un inconsciente si siguiera vinculado a esta organización política». Lo hace sin irritarse, con elegancia y empleando la contundencia justa. Ni siquiera dice a 'esa' organización política, lo cual pudiera dejar entrever cierto desprecio. Sigue usando 'esta'. La que un día ya lejano eligió para dar cauce a su vocación de ayudar a su pueblo, a su región y a España.

Detecto más dolor que enfado en su recado al jefe.