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Sin ningún género de dudas, la democracia es el mejor régimen de gobierno posible. Parte del principio de que el poder reside en el pueblo, ... y se ejerce por sus representantes, con respeto a la ley y a los derechos y libertades de los ciudadanos. Pero la democracia es un régimen frágil, que continuamente ha de soportar muchos obstáculos, y que exige atenciones y cuidados permanentes. Por eso, de vez en cuando, hay que enfatizar sobre lo obvio y destacar lo evidente.
En una democracia, el poder ha de ser siempre jurídico, limitado y controlado. Si se pierde, o difumina, alguna de estas características, se corre el riesgo de que esa democracia muera.
1. El poder democrático ha de ser jurídico, en un doble sentido: la ley define los límites de cada poder. Pero, al mismo tiempo, la ley tiene una eficacia habilitante: el poder sólo puede ser ejercido en el modo y en la forma con que lo configura la ley. Si algún órgano, o algún partido, pretende ejercer un poder no otorgado por la ley, o de un modo diferente a como lo habilita la propia ley, estaría incurriendo en un abuso de poder, en una arbitrariedad, que se alejaría de los cánones democráticos.
Todo esto no es una simple disquisición teórica, sino que tiene una enorme trascendencia práctica. En el Antiguo Régimen, los seres humanos no eran libres, porque dependían de la voluntad arbitraria de otras personas, que eran los señores, los reyes o los emperadores. Con la Revolución Francesa, los occidentales aprendimos que debe prevalecer siempre la voluntad general del pueblo, plasmada en la ley, sobre la voluntad de los señores. Los hombres libres no son ya vasallos de nadie. Nuestro único señor es la ley. Por eso, el respeto a la ley, aunque no nos guste ('dura lex sed lex'), es signo distintivo de los hombres libres. Y, por el contrario, expresan alma de vasallos los que a hurtadillas infringen la Ley.
De esta forma, el ordenamiento jurídico se convierte en una formidable creación cultural, en cuanto que el Derecho se concibe como un instrumento para evitar abusos en cualquier situación de poder.
Quien debe impedir y corregir esos abusos de poder es el sistema judicial. Por eso es importante que velemos por su independencia. Y resulta inquietante que algunos políticos intenten dominar a los órganos judiciales, aunque sea 'por la puerta de atrás'. Muchos sátrapas de espíritu, disfrazados de demócratas, aspiran a controlar el poder judicial. Trump, por ejemplo, no puede ocultar que es un dictador en potencia. Ya controla el Tribunal Supremo. Y sólo los jueces locales están frenando algunos de sus desmanes. En España debemos vigilar las tentaciones de manipular a los jueces. Alguien debería presentarnos ya un proyecto de ley de la carrera judicial, en el que se prevea un sistema objetivo, por concurso de méritos, para el ascenso al Tribunal Supremo, o incluso al Tribunal Constitucional.
2. El poder democrático ha de ser, además, limitado. El instrumento más importante para limitar el poder sigue siendo una efectiva división de los poderes. Montesquieu no ha muerto. Sigue siendo válida su afirmación de que la división de poderes, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, permite que cada uno frene al otro, y de este modo lo limite. Y este juego de pesos y contrapesos resulta la mejor garantía de respeto a los derechos y libertades de los individuos.
Resulta, pues, preocupante para el futuro de la democracia que se rompa este equilibrio de poderes, que el ejecutivo controle al legislativo, o que el ejecutivo y el legislativo intenten neutralizar al poder judicial. También sería preocupante el gobierno de los jueces. Pero a esto todavía no hemos llegado.
3. Y, en fin, en una democracia el poder político ha de ser controlado. No sólo en su legalidad, también en el acierto u oportunidad de sus actuaciones. Hay un control institucional. Al ejecutivo, lo controla el Parlamento y el Poder Judicial. Al legislativo, el Tribunal Constitucional. Y al Poder Judicial, el ordenamiento jurídico, al que ha de atenerse. Pero también hay un control mediático. Defender la libertad de prensa y el pluralismo informativo es defender la democracia. El sueño de los oligarcas es dominar los grandes medios de comunicación. El 'Washington Post' está ya en manos de algunos colegas de Trump. Y ha dejado de ser referente de una prensa libre. Les corresponde a los medios de comunicación luchar contra la 'normalización' de la mentira.
Y existe un tercer mecanismo de control que debemos cuidar. Me refiero a la opinión pública. El control se ejerce en las urnas. Si no nos gusta cómo actúan los políticos, no los votamos. Pero, además, la libertad de expresión se puede ejercer siempre, sin miedo ni temor alguno, con mayor o con menor resonancia pública. No hay que perder el sentido de la libertad. Y hay que decir siempre lo que se piensa, sin más límite que el Código Penal.
Llevamos más de cuarenta años viviendo en una democracia. Yo animo a todos a que sigan luchando por defenderla.
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