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En la historia de nuestra actual democracia, ha habido periodos en los que funcionaba en la práctica un sistema bipartidista, más o menos imperfecto. En ... los primeros años de la Transición, el electorado del centroderecha apoyaba mayoritariamente a UCD; y el de centroizquierda, al PSOE. En 1982, prácticamente desapareció UCD, y fue sustituida por AP, al principio en coalición electoral con otros partidos, y luego sola, bien como AP o bien como PP. Durante decenios, las elecciones generales las ganaba el PSOE, o el PP. Había un voto residual en la extrema derecha, que capitalizaba Fuerza Nueva. Y había otro voto residual en la izquierda, que capitaneaba el PCE, que luego se denominó Izquierda Unida. Y estaban luego, con un electorado muy estable, los nacionalistas vascos y catalanes, y algunos partidos regionalistas, más exóticos, minoritarios y efímeros. Por eso se decía que el bipartidismo era imperfecto. Pero lo cierto es que funcionaba. Con mayoría absoluta, o sin ella, el PSOE o el PP lograban la investidura, sin necesidad de ninguna coalición de gobierno; y así garantizaban unas legislaturas estables, sin muchos sobresaltos, algo que no se parece en nada a lo que padecemos ahora.
¿Cuándo y por qué se fastidió este bipartidismo imperfecto? En mi opinión, todo empezó cuando se perdió la confianza en los partidos mayoritarios. Los atentados del 11-M de 2004 señalaron el principio del fin de la confianza mayoritaria en el PP. Esas elecciones generales debería haberlas ganado el PP. Pero, pocos días antes de las votaciones, se produjo el atentado yihadista de los trenes de Atocha. El presidente del Gobierno, José María Aznar López, mintió e intentó engañarnos a todos. Nos dijo que el atentado era obra de ETA, y no de los yihadistas. Engañó a muchos, pero no a todos, y los que se dieron cuenta del engaño, no votaron al PP. Perdió Mariano Rajoy y ganó las elecciones José Luis Rodríguez Zapatero, que luego volvería a ganar en 2008.
Sin embargo, la confianza en el PSOE empezó pronto a pudrirse, tras la gravísima crisis financiera del 2008. Angela Merkel impuso su política económica de austeridad, lo que suponía reducir la financiación de los grandes servicios públicos de la Sanidad y la Educación, y condenar a la miseria y al abandono a millones de seres humanos. Le faltó coraje a Rodríguez Zapatero para sublevarse contra esta política 'austericida'. Y el PSOE empezó a perder la confianza mayoritaria de la sociedad. El PP de Mariano Rajoy ganó las elecciones generales con mayoría absoluta en 2011. Pero el bipartidismo ya estaba herido de muerte. Por la izquierda, surgió Podemos, partido radical, nacido contra lo que ellos llamaban «la casta», que repudiaba la herencia de la Transición, y que proponía el asalto revolucionario al palacio de invierno. Y por el centroderecha surgió, primero, Ciudadanos, y luego Vox. Ambos crecieron por dos causas, que agrandaban el boquete de desconfianza de la sociedad en el PP: primero, por una serie interminable e insoportable de casos de corrupción, que afectaron al núcleo dirigente del PP; y, segundo, por la timorata, indecisa, débil y errática política del Gobierno de Rajoy en relación al problema separatista de Cataluña. Entre unos y otros, acabaron con el bipartidismo. Podemos estuvo a punto de obtener más escaños que el PSOE; y Ciudadanos, más que el PP. Y así hemos llegado a la situación actual: un PP que en 2023 ganó las elecciones generales, pero que, a pesar de sus pactos con Vox, no fue capaz de conseguir la mayoría parlamentaria necesaria para la investidura. Y un PSOE a casi cincuenta escaños de la mayoría absoluta, que ha tenido que formar gobierno de coalición con fuerzas a su izquierda, lo que le proporcionan a Pedro Sánchez enfados cotidianos y un dolor de cabeza crónico. Y que depende del chantaje desvergonzado de unos partidos separatistas que hacen descarada ostentación de que les importa un bledo el interés general de España.
En esta situación ¿cómo no añorar el bipartidismo? Pero ¿qué se podría hacer para recuperarlo? La solución definitiva sería la reforma del sistema electoral. Hay muchas técnicas, impecablemente democráticas, para favorecer el bipartidismo. Pero esto requeriría que Sánchez y Feijóo pactasen esta reforma. Y, aunque el clima de las relaciones entre los dos grandes partidos ha mejorado, no parece que esto vaya a producirse en esta legislatura.
Así que, para avanzar hacia cotas razonables de bipartidismo, solo cabe proponer, por ahora, dos ideas: la primera, que el PSOE y el PP se esfuercen en recuperar la confianza de sus respectivos electorados naturales. No es tan difícil: bastaría con ser honrados, no mentir y con lanzar de vez en cuando algún mensaje a la sociedad que no fuese puramente electoralista. Y la segunda, que se convenzan de que, con el radical y continuo enfrentamiento, se están haciendo daño a sí mismos y al bipartidismo. Los insultos perjudican al bipartidismo. Por el contrario, un solo acuerdo de Estado les beneficiaría a ambos mucho más que mil injurias que entre ellos puedan lanzarse en el Congreso y en el Senado.
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