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No me refiero al repartimiento correcto de los signos de puntuación al escribir un texto, sino a calificar a personas y a lo que tercie con puntuaciones numéricas o expresiones de 'me gusta' o similares zarandajas. Calificaciones que cuando son bajas pueden dañar el prestigio ... de un restaurante o un hotel; o consiguen hundir la autoestima de adolescentes que exhiben sus vidas y las someten a la aprobación de ese incierto 'los demás' en las redes sociales.
Hace poco me refería en una columna a la serie 'Black Mirror' y a cómo ya hemos alcanzado en la realidad algunas de las entonces distopías que planteaba en las primeras temporadas. En este sentido, y en el de la obsesión por las puntuaciones, he recordado 'Caída en picado' (2016), episodio de la tercera y uno de los mejores de toda la serie, que lo trataba así. A través de sus inseparables teléfonos inteligentes las personas se puntúan unas a otras de un modo obsesivo y constante. Todo el mundo ve la puntuación actual de los demás, y la propia, por un dispositivo insertado en los ojos. El máximo es cinco. Con cuatro como mínimo se está a salvo y formas parte de una empalagosa élite, y por debajo de tres eres un apestado social. Una puntuación baja puede ser excluyente de un pasaje de avión, de una mesa de restaurante o de algo más grave como el turno de atención en las urgencias de un hospital. La gente se sube y se baja los puntos por las apreciaciones más pedestres, por papanatismo colectivo o por mera inquina mutua. Por supuesto, la más estricta, cursi y estomagante corrección política es el patrón de medida.
En China, el Gobierno controla desde hace bastantes años internet y se sigue el rastro de los ciudadanos por la red, incluidas sus actividades comerciales (o sea, como actualmente de modo global). En la ciudad de Rongcheng, el Partido llevó a la práctica en 2019 algo parecido a las puntuaciones, y sus consecuencias, de aquel capítulo de 'Black Mirror'. Los calificados por el poder como AAA vivían bien y gozaban de ventajas; los que perdían puntos por sus malos hábitos y caían en la D, tenían problemas. Si el sistema de control y purga, que habría gustado a Stalin, funcionaba en la ciudad cobaya, el poder tenía pensado utilizarlo en todo el país a partir de 2020.
Más allá de la hermética opacidad del régimen chino, sabemos lo que comenzó a padecer el mundo ese año y que además la pandemia comenzó en China (recuerden que se especuló que el virus se había escapado de un laboratorio de experimentación de armas biológicas). Parece probable que el pertinaz virus abortara la expansión del plan, pero quién sabe.
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