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El día que siguió a la famosa Noche de San Juan recibí un montón de felicitaciones por mi santo. «Felicidades por su onomástica, querido Juan Antonio». «Un gran abrazo, Juan Antonio, de tu viejo amigo». Muy viejos amigos, muy viejos, pero treinta o cuarenta o ... cincuenta años después de conocernos aún no saben que nunca me he llamado Juan.
Esto es una cosa muy española. A la gente en este país le parece que tienes un careto, unas maneras, un aire que es propenso a Juan; eso ya no hay quien te lo quite de encima. En mi infancia la gente del campo me llamaba sistemáticamente «Juanan». A mis parientes preguntaban por «tu Juanan». Nunca les quise decepcionar, y mis parientes tampoco. En España se considera un desaire hacerles ver que te llamas otra cosa que lo que ellos quieren. Si se lo haces ver te llaman «delicado», que es el peor insulto, peor incluso que llamar «señor», que se puede dirigir en una lengua que se usa mundialmente para insultar con apropiada contundencia como el castellano. Yo creo que en todas las catedrales de España Franco hizo cincelar en su fachada, bien grande, para que se viera desde el espacio cuando aún no había ido nadie al espacio, eso de «José Antonio Primo de Rivera, ¡Presente!» porque el astuto dictador ha sido probablemente el hombre del siglo XX que mejor nos ha conocido a los españoles, y sabía que si no lo ponía en las catedrales hoy el fundador de la Falange sería conocido por «Juanan».
Gente que me consta lee mis artículos desde que yo era postadolescente siguen convencidos de que me llamo Juan Antonio, y eso que jamás se ha producido una errata donde figura mi nombre en el periódico. Lo máximo que se produjo un día, en 'La Razón', es cambiar mi foto y mi nombre por los del párroco de la Universidad Católica de Murcia, precisamente en una columna donde yo recordaba, con la baba cayéndoseme del belfo, las películas clasificadas 'S' de Bárbara Rey. Inexplicablemente, siguió siendo párroco. La gente que no me lee, en cambio, sí saben perfectamente cómo me llamo, y a lo más que llegan es a decirme entusiastas por la calle que no se pierden ningún artículo diario mío en medios donde no he escrito jamás. Hay gente, lo juro por la Gloria de mi madre que se llama Gloria y continúa viva, que me felicita tres santos al año, todos los años, para cubrir todas las opciones. Me felicitan por San José, por San Antonio y por San Juan. Los nombres compuestos crean una especie de cortocirtuito mental en los españoles, como los conceptos abstractos, la palabra escrita o el sentido de la ironía. Nunca he querido aclararles el error. Cuesta muy poco hacer feliz al prójimo.
Me llamo, y no quiero que nadie se lo tome a mal, José (nunca fui «Josa» ni «Pepita», hasta donde alcanza mi memoria), y salvo mejor opinión, me inscribieron así en los papeles por mi abuelo, no por honrar la memoria de mártires fachas. Pero ustedes llámenme lo que quieran si se quedan más tranquilos, que yo contestaré como me dé la gana.
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