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Tras la brutal y sorpresiva incursión de las milicias armadas de los grupos fundamentalistas Hamás y la Yihad Islámica en localidades israelíes próximas a la ... Franja de Gaza, sobrepasando la valla 'inteligente' de seguridad (eufemismo para designar a un muro de 140.000 toneladas de hierro y acero, de 65 kilómetros de largo, que se adentra 400 metros en el mar) que mantiene aislada a una población estimada de casi dos millones trescientos mil habitantes, protagonizando una auténtica razia (o pogromo, como prefieran), asaltando varios kibutz, asesinando a 1.400 personas, y secuestrando a más de dos centenares, la respuesta posterior del Gobierno de Israel adquiere resonancias, más que bíblicas, medievales.
Primero, un asedio completo de la Franja, bombardeada con ensañamiento, no con precisión, en palabras del portavoz del ejército israelí, desde el mismo día de la agresión terrorista, causando hasta el momento (24 de octubre) casi 6.000 muertos y alrededor de 15.300 heridos. Segundo, un bloqueo total al suministro de agua, alimentos, electricidad y combustibles, únicamente aliviado por la entrada en los tres últimos días de un total de 54 camiones, con alimentos, agua y medicinas, a través del paso de Rafah, en la frontera sur de la Franja de Gaza con Egipto. Este contingente apenas representa el 10% del volumen diario de mercancías que entraban a la Franja antes de iniciarse las hostilidades entre Israel y Hamás.
Según Naciones Unidas, casi no hay agua potable en la Franja, donde solo funciona (a menos de un 7% de su capacidad) una de las tres plantas desalinizadoras existentes en el enclave. La población está consumiendo agua salina procedente de pozos agrícolas y acuíferos, provocando ya brotes de cólera y varicela. Tercero, un ultimátum inicial de 24 horas, que se ha ido ampliando paulatinamente, anticipando una ocupación militar terrestre a gran escala de la Franja por el ejército israelí, conminando al millón cien mil palestinos que habitan la zona al norte del valle de Gaza a que se desplacen hacia el sur, recorriendo los 42 kilómetros que distan de una punta a otra de la Franja. Desplazamiento que, como reiteró el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, es, no solo peligroso, sino «prácticamente imposible», como parece corroborar que, once días después de anunciarse el ultimátum, se estimen por Naciones Unidas entre 600.000 y 700.000 los desplazados al sur de Wadi Gaza (en torno al 60% de la población aludida). Hay que recordar a este respecto que el 40% de la población gazatí es menor de 15 años, lo cual da cuenta de la dificultad de una movilización de tal envergadura, en unas condiciones, por lo demás, penosas. Desplazamiento, además, ¿para llegar a dónde? A los 13 kilómetros de frontera con Egipto, donde el único paso fronterizo existente (el ya referido paso de Rafah) permanece cerrado al tránsito de la población desplazada. Egipto se niega a acoger a los refugiados palestinos que se acumulan cerca de su frontera, al tiempo que Israel recrudece los bombardeos particularmente en el sur de la Franja, allí precisamente donde ordenó evacuar a la población residente en el norte.
Esta es la situación, cientos de miles de civiles empleados vilmente como escudos humanos por unos (Hamás), víctimas colaterales (en el mejor de los casos), pero asumibles («mucha gente va a morir en Gaza, pero no tenemos otra opción»), si es para exterminar a las «bestias salvajes» de los terroristas de Hamás, por otros (Israel). Todos ellos encerrados, sin escapatoria, dentro de la mayor cárcel del mundo al aire libre. ¿Qué pasará si el ejército israelí entra finalmente en la Franja? ¿Cómo diferenciará entre terroristas y civiles inocentes? El ejército israelí ya ha advertido a los cientos de miles de palestinos que permanecen en el norte que podrían ser considerados como cómplices de organización terrorista. Ante la todavía mayor tragedia humanitaria que puede desencadenarse, de confirmarse la invasión de la Franja, resulta inevitable recordar las palabras del legado del Papa Inocencio III, cuando la víspera del asalto a la localidad de Béziers, en el Languedoc francés, hace ya ocho siglos, al ser preguntado por uno de los cruzados convocados a combatir la herejía cátara por cómo distinguirían a los buenos católicos de los herejes, aquel respondió: «Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos».
Esta nueva Nakba (catástrofe) a la que estamos asistiendo (marcada por un éxodo de población aún mayor que la acontecida en 1948, pues ya se estima en 1,4 millones el número de «personas desplazadas internamente»), repasando el balance histórico del conflicto árabe-israelí, podría dar lugar a una ocupación territorial permanente como la ocurrida en Cisjordania, a raíz de su ocupación por Israel en 1967 tras la Guerra de los Seis Días, proliferando asentamientos (subvencionados estatalmente, aun cuando son considerados ilegales por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas), en los que ya se ubican hasta medio millón de colonos (sin contar con los otros 200.000 de Jerusalén Este). O puede que la ocupación militar sea transitoria y dé paso, tras meses de operaciones sobre el terreno, a la creación de una zona desmilitarizada, controlada por Israel, dentro de la Franja. Lo que es casi seguro es que Gaza, parafraseando las declaraciones de uno de los ministros del Gobierno de concentración israelí, será más pequeña al final de la guerra.
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