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Son novelas muy, muy diferentes, eso es verdad, pero creo que lo que sí tienen en común bien merece un espejismo, así que vamos allá. ... Estoy hablando –por orden de aparición– de 'Anoxia' (Anagrama), de Miguel Ángel Hernández Navarro, de 'Los que escuchan' (Candaya) de Diego Sánchez Aguilar y de 'El desierto blanco' (Anagrama, Premio Herralde 2023), de Luis López Carrasco. Se parecen en cosas obvias: se trata de tres de las novelas del año en nuestro idioma. Las tres son obra de autores de la Región, con esos apellidos, tan comunes, que nos gastamos por aquí por el Sureste, que se nos hace necesario usar los dos, también el materno. Las tres, por último, llevan a la literatura la tan contemporánea ansiedad ante la emergencia medioambiental y climática. Y estas similitudes, a su vez, están conectadas entre sí. No son casuales. Me explico. O lo intento.
En 'Anoxia', el último libro de Hernández, el ecocidio del Mar Menor es el escenario de una historia que une metafóricamente (desde el mismo título) la agonía de la laguna con la crisis vital de un personaje inolvidable y con una práctica fotográfica tan poética como extemporánea.
En 'Los que escuchan', Sánchez Aguilar introduce una distopía cercana. Unos extraños sucesos en la Cumbre del Clima se entrelazan con la vida de una familia atravesada por esos límites que Mark Fisher describió en el capitalismo: el de la salud mental y el de los recursos naturales.
'El desierto blanco' transcurre en parte por tierras murcianas, en un futuro inmediato en el que la impotencia colectiva de la población ante la emergencia climática alimenta un régimen de corte ecofascista. El texto de López Carrasco aborda el papel de la cultura (entretenimiento, vídeojuegos, etcétera) en estos procesos descivilizatorios.
Las tres obras ponen en marcha mecanismos literarios muy diferentes entre sí: del intimismo más delicado a una sutil aura sobrenatural, de la construcción de personajes impecables a la efectividad de las elipsis. El peso de la Historia en cada historia no es igual, ni su abordaje de los debates más acuciantes de nuestro presente. Pero en sus respectivos méritos sí está haber llevado a la página difusos miedos contemporáneos relacionados con la vertiginosa desestabilización de nuestra climatología y nuestros ecosistemas. La incertidumbre del presente genera una crisis de futuro que tiene efectos sobre nuestras sociedades; y nuestra cultura, crepuscular, impotente y nostálgica deja de servir de refugio. Las soluciones colectivas ni están ni se las espera, y los personajes se sienten a bordo de pequeñas cápsulas individuales incapaces de protegerlos de lo por venir.
Voy a añadir, ya que me estoy viniendo así de arriba, que no es casualidad que estas tres espléndidas novelas, que son hasta donde sé las primeras, en literatura española, que indagan en los monstruos que produce el sueño de la razón ecológica, sean obra de autores de la Región. Es aquí donde el cambio climático muerde más duro. Donde los peores atentados medioambientales tienen lugar. Donde la depredación del territorio es más patente. Y donde la respuesta social y política está más reprimida por diversos poderes económicos que se benefician de la liquidación. Es aquí donde el turismo nacional ha empezado a acusar pérdidas, por la degradación natural y el exceso de temperatura estival, aquí donde los golpes de calor siegan la vida de trabajadores y población vulnerable, esta la tierra que se hará más inhabitable. Y, mientras, nuestros mandantes evitan o retrasan adoptar medidas, y fomentan o permiten el expolio continuo, mientras relativizan el cambio climático y extienden una retórica triunfalista basada en el campo semántico de «la mejor tierra del mundo», victimizada unos días por el Gobierno, otros por otras comunidades autónomas. Es aquí donde convivimos más estrechamente con esos fantasmas de las Navidades (ya no tan) Futuras, y es aquí, por fin, donde nuestra literatura ha sido capaz de convertir en palabras ese siniestro ectoplasma. Nadie busque panfletos en estas obras, tan literarias y complejas, tan sutiles y (cada una a su manera) hermosas. Pero en ellas, un dolor colectivo hasta ahora sin nombre ha encontrado su palabra, y esta es una de las funciones más dignas y difíciles de este viejo arte que llamamos Literatura.
¿Nos salvarán los libros? La respuesta corta es no: la narrativa contemporánea es un campo marginal sin capacidad para determinar mayorías electorales o escaletas informativas. La larga, sin embargo, que daría para un año de espejismos, no está ya tan clara. Si la sociedad murciana ha sido capaz de producir estos artefactos literarios, si ha podido detectar sobre sí misma esta violencia invisible, es porque a pesar de los pesares está equipada todavía con las herramientas básicas de su propia salvación. Si nuestros escritores pueden armar un relato distinto al hegemónico, es porque hay grietas, y estas pueden ensancharse. Leedlas, por favor.
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