
Las puertas del campo
Espejismos ·
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Espejismos ·
Sin relajar la protección del medio ambiente, vienen a decir, el campo se muere. Y yo respondo que de eso nadaTú acabas de empezar a leer este texto, pero yo ya llevo dos redactados y borrados, ya me he indignado, desindignado, desinformado, informado y repensado ... el asunto dos veces (esto me pasa mucho) antes de arrancar este párrafo. ¿Es el mejor de los tres? Veremos, pero de momento a este sí estás invitado. Ponte cómodo. Ahora desacomódate, porque vamos a hablar del campo. Claro. Esas máquinas lentas y ruidosas (¿cómo era? ¡tractores!) que han entrado en tu vida por sorpresa esta semana, con lo tranquilo que tú estabas. Y vamos a hablar también de quién las maneja (que a la deriva me lleva). Y, espero, de por qué.
Vaya por delante que yo apoyo muy fuerte el derecho de todo colectivo a la huelga, el piquete y la movilización pacífica. Repito: pacífica. Repito: de todo colectivo. Me caiga bien, me caiga mal, promueva mis intereses o intente arruinarme la vida. Le debemos mucho a ese derecho, y más todavía a quien lo ejerció y puso el cuerpo en la lucha cuando ni siquiera estaba garantizado por nuestra Constitución. ¿Que qué le debemos? Pues la jornada de 8 horas, las vacaciones pagadas, esas cosas. No sé, piénsalo. Así que no. Las tractoradas no son terrorismo. Ni las manifestaciones 'indepe'. Ni los miembros de Rebelión Científica que echaron agua con remolacha a los leones del Congreso. Ni los de Futuro Vegetal. Ni los personajes que cortan la calle Ferraz para rezar el rosario. Ni los zagales de Altsasu que riñeron con unos guardias civiles de paisano en un bar.
–¿No los puedo declarar 'terroristas' aunque me caigan súper gordos?
–No, cari, lo siento.
–Jo.
En uno de los artículos previos (el del miércoles), me dejé llevar por mis antipatías. Caí en la tentación de fijarme exclusivamente en las fricadas más obvias de la protesta. En los episodios violentos, en las banderas franquistas, en las reivindicaciones chaladas (la de prohibir los 'chemtrails' me tenía enamorado), en los portavoces iluminati, etcétera. Me quedó bien de chistes, las cosas como son, pero tras releerlo lo deseché. No deberíamos abordar la realidad solo desde nuestros sesgos más evidentes, y el miércoles yo pasé por alto, de entre la lluvia de noticias, aquellas que no reforzaban la caricatura de fachas y paletos que me había montado sobre las protestas. Detrás de los tractores, aquí y en media Europa, hay cientos de colectivos, no solo los controlados por Vox. En Euskadi el objetivo de la movilización no era ni tumbar al Gobierno, ni derogar la Agenda 2030, ni linchar al tío de la avioneta: se fueron directos a bloquear la plataforma de Mercadona para protestar por los precios de miseria que reciben de una gran distribución que no para de aumentar sus márgenes (un 188% en las dos últimas décadas, según un estudio reciente).
En el otro borrador, el del jueves, me poseyó el ecologista acusador que llevo dentro. Índice en ristre, fui desgranando los motivos por los que los agricultores hacen mal en oponerse a medidas de lucha contra el cambio climático porque blablablá y porque blebleblé. Ese me costó mucho más trabajo, porque tuve que bucear en busca de datos in-con-tes-ta-bles para defender mis posiciones contra una óptica cortoplacista y depredadora que hace que las comunidades rurales se estén destruyendo a sí mismas y no sé qué más. Me quedó corto de chistes, pero no de verdades como puños. Estaba ya a punto de darle a enviar cuando me acordé de una frase, de Paulo Freire, una de esas que todos los activistas de izquierda deberíamos tatuarnos, y que dice que «la emancipación surge cuando los oprimidos son parte activa de su liberación y no muebles que son salvados de un incendio». Mi texto trataba a los agricultores como muebles. Control A. Supr. Ay.
Así que aquí estamos, en la tercera versión, como de costumbre. La que se cuestiona y lo cuestiona todo. Empezando por ese marco que nos está tratando de colar con cierto éxito la ultraderecha y que enfrenta a los agricultores con la ecología. Sin relajar la protección del medio ambiente, vienen a decir, el campo se muere. Y yo respondo que de eso nada. Que esa es la versión de la agroindustria y los grandes terratenientes, pero que la gran mayoría de pequeños productores no están en las movilizaciones para protestar contra el medio ambiente, sino al vesre. Que son los primeros interesados en mantener las medidas de protección ecológica de las comunidades rurales, y que no se han subido al tractor para defender el uso de los pesticidas, sino para mantener su actividad frente a los precios de miseria a los que se ven obligados a vender, mientras ven sus productos encarecerse un 1.000% entre el campo y el supermercado.
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