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Cuando pensamos en conspiranoias y negacionismos nos suele venir a la mente la imagen de un señor inofensivo con un gorro de papel de aluminio, ... comiendo Doritos frente al ordenador y retroalimentando sus disparatadas teorías en alguna oscura web. De lo friquis, caen hasta bien. Chemtrails, terraplanismo, Qanon, reptilianos, pizzagate... si escuchas sus rayadas como relatos de misterio o ciencia ficción puede que acabes pidiéndoles que te cuenten otro. O no, no sé, depende del tiempo y la retranca de que dispongas. Con la llegada de internet y los móviles con cámara, sin embargo, el mundo mágico de las conspiranoias ha mutado. Algunas fantasías populares, como las apariciones marianas o los ovnis, han caído lógicamente en desuso, pero muchas otras se han multiplicado y difundido cual epidemia. De unos años a esta parte, además, estamos asistiendo a una creciente utilización política de la chaladura, con la toma del Capitolio por parte de fanáticos de Trump o el cuestionamiento de las vacunas que vino alentando la ultraderecha.
El perfil del conspiranoico tampoco es naturalmente el que era: ese ser excéntrico abonado a las inocuas magufadas de la revista 'Más Allá' y los programas de Iker pasó a la historia. El negacionismo está ahora mucho más ideologizado y se imbrica con naturalidad en los proyectos de desmontaje de la democracia moderna que cultiva la extrema derecha, desde el rechazo de las derrotas electorales hasta la creencia ciega en una élite oculta que dirige secretamente el mundo con un programa izquierdista, pasando por la culpabilización de las minorías. Del amplio repertorio de leyendas y bulos contemporáneos, me voy a quedar hoy con uno especialmente dañino: el negacionismo medioambiental. Ya sabéis: en verano siempre ha hecho calor, en la Edad Media ya hubo una época cálida, los científicos nos engañan para tenernos controlados, etc. El inmenso corpus científico sobre el cambio climático y sus evidentes síntomas son para esta gente una engañifa de perroflautas, cuando no una estrategia de las élites mundiales para imponernos no sé qué ideología. «Camelo climático», lo llama Vox. «Ecolojetas», añaden desde el Partido Popular.
No se trata solo de una estrategia electoralista con que atraer el voto de la población más renuente a los cambios: extender la duda sobre el discurso científico tiene evidentes ventajas a la hora de gobernar contra el medio ambiente o encubrir los desastres que provoque tu gestión. Pero hay derechas y derechas, y no todas las sociedades digieren igual la manipulación y la degradación de sus ecosistemas. En el Sur, como casi siempre, nos toca lidiar con algunas de las peores.
Ha querido el calendario que los recientes procesos judiciales contra los expresidentes Pedro Antonio Sánchez y Ramón Luis Valcárcel coincidan con la legalización de los regadíos del entorno del Parque Nacional de Doñana: mientras un ciclo de depredación del territorio, corrupción y sobreexplotación de recursos naturales llega a su cierre, uno nuevo se abre. Mientras el demencial proyecto de las últimas décadas del PP regional se desmorona entre condenas, rescates de autopistas, ruina aeroportuaria, déficit público y catástrofe medioambiental, los populares andaluces, recién llegados al poder, deciden sacrificar su ecosistema más emblemático al desarrollismo agroindustrial.
Me niego a incurrir en esos tópicos clasistas que explican todo con el argumento del «atraso endémico» de las regiones del sur, pero es difícil imaginar despropósitos así en, digamos, Baviera, Borgoña o la Toscana, zonas no menos conservadoras que la nuestra. En el esquema económico europeo parece haber territorios de primera y de segunda: la Europa rica que produce y la pobre que acoge a los turistas de la otra y les pone cañas.
También podríamos hablar de una tercera: la que ya no sirve ni para pasar las vacaciones y cuyos territorios y recursos naturales pueden emplearse para las actividades más contaminantes. Gestionando la triste operación, caciquillos locales dispuestos a todo, envueltos en la bandera, repitiendo aquello de «la mejor tierra del mundo» e insistiendo en que no pasa nada, el Mar Menor y Doñana están estupendamente, podemos seguir regando, la ciencia se equivoca, una pena que no llueva más, habéis oído una avioneta que deshacía las nubes, de los ecologistas no os creáis nada, total qué más dará una lagartija.
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