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Se repiten tanto que la prensa ya tiene la plantilla hecha y solo necesita cambiar el apellido del personaje y la foto, y a veces ... hasta la foto cuela de una vez para la otra. Me refiero, cómo no, a los artistas venidos a menos que braman por la libertad perdida en la promoción de sus giras, y su nombre es legión: Bosé, Nacho Cano, Sabina, Calamaro, Vaquerizo... Reconozco que me hacen gracia sus berrinches y me trago sus infinitas y perfectamente intercambiables entrevistas cada vez que sacan disco. Lo que más gracia me hace es, obviamente, la inevitable referencia a lo librepensadores que son. Un librepensamiento que por lo que sea les lleva uno tras otro a exactamente las mismas conclusiones: el feminismo, los progres, lo 'woke' han terminado con la libertad de expresión en este país, «ya no se puede decir nada» (desde la portada de los diarios de mayor circulación) y «nunca ha habido menos libertad (léase 'ventas de mis discos') que ahora». Como decían en 'El Mundo Today', los ofendiditos por los ofendiditos han superado por primera vez a los ofendiditos. Y las brasas son tan o más intensas.
Pero no es solo por la risión por lo que me atraen este tipo de discursos 'anti-woke' de Hacendado. Para mí esa 'celebrity' en decadencia que culpa al presente de no llenar ya ni un estadio de futbolín tiene mucho de alegórico. Ese señoro de extraños peinados que cobró en pesetas su último disco de oro y va convirtiendo su cuesta abajo en reaccionarismo encarna la querencia del neoliberalismo por abrazarse a ideologías ultras en cuanto la curva de beneficios se desploma. En cuanto asoma una crisis económica, el tecnócrata ya se ha agarrado muy fuerte a la primera bandera que ha encontrado y se ha puesto a fijar relato. Porque, como todos sabemos, la culpa de la precariedad y los recortes no es de un sistema económico depredador, especulador e injusto, sino de Greta Thunberg.
Y para rizar –nunca mejor dicho– el rizo, voy a añadir que hay una persona en el mundo que reúne todo lo que acabo de decir y unas cuantas cosas más: en Javier Milei se juntan el señoro ofendidito, el fundamentalista de mercado, un peinado que dejó de quedarte 'cool' hace cuarenta años, un puñetazo en la barra que te quedó la mano pegajosa porque se te había volcado un poco de Terry del carajillo, la economía-ficción de un 'youtuber' andorrano y el darwinismo social del hijo tonto de un consejero delegado. Con esa retórica en la batidora, el país en llamas y el entusiasmo habitual, el presidente argentino se plantó en Davos y le largó a la élite económica mundial un directo de Twitch, un sujétame el cubata, un usuario basado de Forocoches con un micro en la mano. El discurso, refrito de su TedTalk de 2018, «la estruendosa superioridad del capitalismo» (sic), se articulaba sobre baterías de datos sin respaldar para cargar contra (y cito) «comunistas, socialistas, socialdemócratas, demócratas cristianos, neokeynesianos, progresistas, populistas, nacionalistas o globalistas». También hubo estopa para feministas y activistas climáticos. «La justicia social es intrínsecamente injusta, porque es violenta», etcétera.
Tras poner firmes a los miembros del Foro de Davos, esos rojillos vergonzantes, Milei volvió a la cruda realidad argentina: una inflación el mes pasado del 25,5% (211,4% interanual), la más alta del mundo tras la aplicación de su primera batería de medidas ultraliberales. El incremento de más del 100% en el precio de los combustibles tras la devaluación del peso, así como la retirada de medidas de control tarifario como los subsidios o la regulación del precio de los alimentos abundan en el paquete de shock económico aplicado por el nuevo Gobierno ultraconservador del país y pintan un futuro inmediato muy oscuro para su población. Milei, que se ha dejado un 10% de aprobación popular en las cinco primeras semanas en la Casa Rosada, ha enfrentado este miércoles una jornada histórica de huelga y movilizaciones en todo el país. Como a aquella estrella olvidada de la derecha británica, Liz Truss, en Argentina ya hay quien ha puesto una lechuga delante de la cámara y se pregunta si durará más que su excéntrico presidente.
No, Andrés Calamaro no sacará un disco tan bueno como 'Honestidad brutal' o 'El salmón' cuando derrotemos a los comunistas y los wokes y la libertad de expresión vuelva a brillar en el horizonte. El Calamaro de los 90 ya no existe y al señoro peludo que le ha sustituido ya no le quedan canciones, solo excusas. Tampoco el turbocapitalismo de finales del XX puede volver por mucho que gritemos «¡viva la libertad, carajo!». Los límites físicos del planeta lo impiden, aprietes lo que aprietes los puñitos. Y si tanto te disgustan los impuestos, vete a Argentina, pelotudo.
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