La memoria de los peces
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Las derechas explotarán sentimientos de victimismo frente a esos ecologistas del Gobierno que nos impiden levantar el tablachoAcaban de llegar a las librerías las primeras propuestas literarias que encaran el ecocidio del Mar Menor. Hablo por supuesto de 'Anoxia' (Anagrama), de Miguel ... Ángel Hernández, sin duda una de las novelas del año en este idioma (esta semana la presentación en Murcia, conducida por Manuel Madrid, desbordó el salón de actos de la Fundación Cajamurcia), en la que la catástrofe de nuestra laguna da título, escenario y entramado simbólico al texto. Y también de 'Lodo' (Lengua de Trapo), una personalísima crónica híbrida a cargo de la escritora mallorquina Begoña Méndez. A lo largo del libro, breve y demoledor como una detonación, Méndez ahonda –literalmente– en el crimen ecológico del Mar Menor conectando lo personal (es hija de migrante del Campo de Cartagena) y lo político, la ética y la estética del sacrificio del ecosistema. Comparecen asimismo, como anexos de la misma trama criminal, el desastre de Portmán, el urbanismo costero masivo y la concentración de macrogranjas porcinas, con una pregunta que queda sin contestar: qué conecta tal acumulación de atentados medioambientales contra nuestro territorio, qué anomalía en nuestra sociedad permite afrentas que serían impensables en cualquier otra comunidad.
No solo la literatura: obras alucinantes como 'Ronem Ram', de la compañía de teatro visual cartagenera Onírica Mecánica, o la intervención de arte sonoro 'Resonancias IV', de Eduardo Balanza, Pedro Guirao y Emilio Cortés, o las exposiciones de videoarte de Salvi Vivancos nos interpelan y nos cuestionan, obligándonos a mirar, o más bien a percibir, que muy cerca de nosotros un pedazo de nuestro lugar en el mundo, nuestra identidad y nuestra memoria están sufriendo una agresión mortal. En el espejo siempre estamos quietos, demasiado quietos.
Coincide con todo esto la publicación del último estudio del Cemop, que constata que el estado del Mar Menor cae entre las principales preocupaciones de los murcianos, mientras suben los recortes del Trasvase Tajo-Segura. Basta que las imágenes de la sopa verde o de los miles de peces boqueando en las playas desaparezcan de nuestra vista unos meses para que olvidemos el estado crítico de nuestro ecosistema emblemático. Y aún peor: para que borremos la conexión entre anoxia y regadío. Basta que los síntomas más espectaculares del ecocidio salgan brevemente de las portadas, y que el rancio nacionalismo hídrico del 'Agua para todos' vuelva a ocuparlas, para que nuestra sociedad retroceda a un paisaje mental que yo llamo 'momento Cerdá'. ¿Por qué lo llamo así? Por la entrevista que concedió nuestro poco ilustre exconsejero de Agricultura y Medio Ambiente (multiimputado en los casos 'Novo Carthago', 'Desaladora' y 'Topillo', ahí es nada) a este diario en 2010: «El Mar Menor está mejor que nunca y no vamos a reducir regadíos».
Decía Jorge Riechmann que la poesía es lo opuesto al marketing. Me gustaría parafrasearlo con la esperanza de que esa literatura que ahora profundiza en nuestro dolor colectivo sirva para exorcizar tanto el silencio como la obscena propaganda; que las obras de Miguel Ángel y Begoña, junto a las de Jesús, de Eduardo y Pedro o de Salvi nos vacunen contra la anoxia y la amnesia, contra la manipulación informativa y el populismo hidráulico, contra la memoria de pez que continuamente desprotege a nuestra Región de nuevos expolios. Y que nos enrame con los colectivos de nuestra sociedad civil que desde hace tanto luchan contra la excepcionalidad sacrificial murciana: ANSE, Ecologistas en Acción, Murcia No Se Vende, Salvemos el Arabí, Plataforma ILP Mar Menor, Pacto por el Mar Menor y tantos otros.
Es posible que la Europa rica haya externalizado sus actividades económicas más contaminantes en dirección a la Europa perdedora, que la agroindustria y las macrogranjas que llenan de alimentos baratos los supermercados del Norte estén degradando a bajo coste los territorios pobres del Sur donde se les permite campar. Pero también es posible una respuesta democrática, una toma de posición. Una contestación desde el cuerpo, desde los afectos, desde la memoria y desde la identidad, zonas entre lo personal y lo político que afortunadamente resultan muy difíciles de desactivar. Estamos en plena precampaña y batallitas culturales tipo 'Agua para todos' van a ocupar portadas hasta mayo (y digo 'batallitas culturales' porque ya hay que ser ingenuo para creer que un gobierno Feijóo aumentaría los aportes hídricos del Trasvase que Aznar y Rajoy fueron reduciendo). Las derechas explotarán sentimientos de victimismo frente a esos ecologistas del Gobierno que nos impiden levantar el tablacho. Para regar, fertilizar, desaguar a pajera, dragar las golas, verter donde caigan metales, purines, nitratos, salmuera. Con ese despecho inducido nos invitarán –peces olvidadizos– a votar una vez más contra nuestra propia tierra, a asumir nuestra condición de desagüe. Y no sé qué tal les irá. Pero sí sé que me quedo con la literatura. Con el orgullo. Con la memoria.
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