Make Txapote Great Again

Me dicen mis amigos peperos -con un poco de bochorno- que la campaña de su partido para el domingo pasado no iba a ser así. Que el plan original era enfocarla en la economía («es la economía, estúpido»), para castigar al Gobierno y apartar a Vox del marco tecnócrata -una de las fortalezas del PP- al mismo tiempo, pero que los buenos datos del invierno y la primavera, y el tono favorable de Bruselas hacia Sánchez, obligaron a pasar al plan B. ¿Y cuál era el plan B? Abrazar el 'trumpismo'. Adoptar un relato fuerte capaz de sacar del foco los avances sociales y la estabilidad económica del Gobierno de coalición, y pescar al mismo tiempo en aguas de ultraderecha para impedir el trasvase de votos. No todos en el partido lo veían claro, insisten mis conocidos. Estaba el riesgo de espantar al votante moderado. El votante moderado, finalmente, dijo que bueno, que se iba a ir a casa, pero que se quedaba un rato si le ponías una uñica de 'speed'. Una sola, eh, que mañana trabajo. Yo controlo. (...) Quién es toda esta gente. Dónde habré dejado yo el coche. Qué hora es.

El plan B, es de justicia reconocerlo, ha arrasado. La construcción del personaje del malo, un contubernio liderado por Pedro Sánchez que englobaría a Bildu, el feminismo, la Cataluña indepe, la Agenda 2030, los ecologistas locos, los okupas, el 'globalismo', la gente trans, los sindicatos y la inmigración, ha sido todo un éxito. El 'sanchismo', un concepto poco claro pero en el que caben todos los males (un poco como aquella 'conspiración judeomasónica' de no hace tanto), ha dotado de épica nacional a la campaña. Una especie de 'todos contra Txapote' con bien de efectos especiales. Tú te creías que estabas eligiendo a tu alcalde y la cosa era más bien la 'opo' para la Benemérita o el casting de 'Los Vengadores'. Con la ventaja añadida de que el relato era el mismo en todo el país: 'sanchismo' o muerte, a machamartillo. Hasta alguno de los perfiles populares que más se precian de moderados, como nuestro inminente alcalde Ballesta, tuvo a bien remangarse y plantarse en la carretera de Alcantarilla a prometer la destrucción del carril Bildu, digo bici, que anda el 'sanchismo' construyendo por allí. No fuera a ser que la gentecilla de Vox le comiera demasiado la tostada negacionista.

Frente a esa superproducción, las izquierdas han acudido a los multicines, perdón, a las urnas con diecisiete documentales diferentes. Aquí se ha hablado de eutrofización y nacras, en Andalucía de humedales, en Madrid de residencias de ancianos, etcétera. Y lo que pasa. Que si preguntas todo el mundo ve La2 pero si mides lo que se están zampando es 'El Hormiguero'. Ni las encuestas más locas predecían el terremoto. Tampoco Trump, tampoco el 'Brexit' aparecían en el radar. Esa alquimia política, que consiste en extraer miedo de la incertidumbre y convertirlo en odio y votos, triunfó el domingo pasado sin paliativos. La primera consecuencia no se hizo esperar: las generales se adelantan a dentro de exactamente siete domingos.

¿Y ahora qué pasa? Muchas cosas. Las derechas seguirán con su poción mágica (en el PP ya han lanzado su eslogan: 'Sánchez o España'), pero tendrán que montar la campaña mientras pactan gobiernos municipales y autonómicos PP-Vox. A algún personaje le está costando lo de hacer las dos cosas a la vez, escuchen a Antelo si no me creen (no pasa nada, José Ángel, lo importante es que te estás esforzando). El PSOE anuncia épica y ya está hablando de la guerra de Irak, del 'Prestige' y de la 'Gürtel'. Deben de pensar que si a la derecha le ha ido bien haciendo grande a un hijo de puta detenido hace 22 años, ellos también pueden desempolvar sus mierdas. ¿Y a la izquierda del tablero? Será por épica. Podemos darle un sable láser a Yolanda Díaz y sacarla defendiendo la República. Preferiría no hacerlo. Lo que nos jugamos en julio es el futuro del país, encararlo o negarlo, ganarlo u odiarlo. Ojalá votar sabiendo lo que hacemos. Sin peliculitas.