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Bueno, ¿qué? ¿El verano bien? Mejor que a principios de semana, eso seguro. El termómetro da un pequeño respiro entre ola de calor y ola ... de calor y se me ocurre que la anomalía ya no es tanto el pico de temperatura como el intervalo entre cumbres. Vamos, que los informativos veraniegos podrían abrir con un «¡Oportunidad para respirar!», que es más noticia. Bueno, noticia según para quién. Todavía hay quien se agarra a lo de que todos los veranos ha hecho calor y si te has creído lo del cambio climático eres woke, borrego y comunista. Una postura que me hace sospechar dos cosas: que el que la sostiene disfruta de aire acondicionado y despreocupación por el recibo de la luz, por un lado; y/o que vive ciego a la información, la ciencia, la capacidad de observación y la simple sensación térmica, por el otro.
De todos los temas que han quedado extrañamente fuera del debate electoral previo a la cita del próximo domingo (que estoy por renombrar como la gran barbacoa de la democracia), el cambio climático es una de las ausencias más locas, junto con la economía, el empleo o la inflación. Si le hubiéramos dedicado una décima parte del tiempo que hemos malgastado desmontando chorradas trumpistas (la de la conspiranoia del pucherazo postal, por ejemplo), tal vez tendríamos otras encuestas encima, pero ey. Yo qué sabré. Hemos hablado de otras cosas: muchísimo de okupación, por ejemplo, pero nada de impagos de hipoteca, a pesar del euríbor galopante. Por lo que sea, hemos hablado hasta el delirio de la ETA, esa banda disuelta en 2011, y las rimas fáciles nos han traído hasta el centro del debate a un terrorista detenido hace 22 años. La arqueología electoral no acaba ahí: nos hemos pasado semanas reiterando que la violencia de género (como el cambio climático) existe, y ni siquiera la horrible secuencia de asesinatos machistas de estas semanas ha servido para sacar a las derechas de sus máquinas del tiempo. Según Feijóo, se trata de una obviedad que no hace falta nombrar. Según sus socios de coalición, esos hombrecillos verdes, mejor no lo digo por si os pillo comiendo.
Y hemos hablado, cómo no, de censura. La formación de cientos de gobiernos municipales y autonómicos PP-Vox ha traído consigo innumerables casos de tres cosas: subidas de sueldos a lo Juan Palomo, destrucción de infraestructuras de movilidad sostenible y cancelación ideológica de las artes y las letras. El otro día pudimos ver en acción al flamante nuevo concejal ultra de Cultura de Burriana (Castellón), el inefable Jesús Albiol, que se presentó en la biblioteca del pueblo para retirar personalmente los materiales que le desagradaban. Si no me diese cosica cumplir la Ley de Godwin os diría a quién me recuerdan, con esa obsesión contra el arte «degenerado» (léase con contenido LGTBIQ+) y la literatura «adoctrinadora». La palabra 'censura' se queda corta. Quienes vivimos en territorios en manos de largos gobiernos del Partido Popular estamos acostumbrados a un goteo constante de casos de censura (desde Leo Bassi hasta Rocío Saiz, pongamos por ejemplo) que se suman a cierto sesgo ideológico de las agendas culturales y a la subsiguiente autocensura en el sector. El giro ultra de estos tiempos trasciende esas malas prácticas y se convierte en otra cosa, en una enmienda a la totalidad de la creación. En efecto, lo que trae Vox al acaparar las competencias en materia de Cultura no es solo sustituir a creadores de izquierda por otros de derecha, sino extender la sospecha sobre el sector en su conjunto, suprimiendo programas, espacios y financiación. El señor Gestoso, por ejemplo (puede que hasta me alegre si saca el acta y se va de diputado, la sensación será como cuando apagas un extractor), tras denunciar en campaña que la red de centros culturales de Murcia «se ocupa de temas ideológicos de la izquierda» (sic), no propone una revisión de las programaciones. Ni siquiera un recorte presupuestario. Su idea consiste en convertirlos en comisarías.
Hablamos de algo mayor y peor aún que la censura. Al mismo tiempo que extienden la sospecha y el odio hacia la educación pública, que tras 28 años en manos del PPRM necesita urgentemente un 'pin neandertal' para impedir que los chavales sean adoctrinados por la izquierda, tratan de cortocircuitar las instituciones culturales y ponen a su electorado en guardia contra todo lo que huela a artes y letras. Que nadie se equivoque. No van contra Virginia Woolf porque su 'Orlando' sea un personaje andrógino. Van contra la literatura en general, contra la educación en valores, contra la ciencia del clima o contra las políticas de igualdad porque el pensamiento es incompatible con sus discursos negacionistas y antidemocráticos. Y eso nos jugamos el próximo domingo, amiguis.
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