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El dinero, es sabido, no respeta fronteras. Se las pasa cómodamente por el forro, quiero decir. Ni se sube a pateras para atravesarlas, ni se ... ve obligado a solicitar asilo político ni se queda meses y años arramblado en un campamento de refugiados. Va rápido, el dinero, las cosas como son. Como un electrón, de rápido. Va tan rápido que muchas veces no se sabe dónde está, ni si está. El dinero de Schrödinger solo se muestra al abrir la caja, digamos. Menudo es, el dinero cuántico. Lo único que sabemos de él (al menos, lo único que sabemos los curritos que no lo tenemos) es que, cuando se hincha muy rápido, al final explota y lo acabamos pagando nosotros.
Todo esto lo digo, claro, por el susto que nos hemos llevado esta semana a raíz de la implosión del Silicon Valley Bank y el chapuzón de Credit Suisse, cuya onda expansiva ha hecho zozobrar a los principales bancos españoles, recordándonos de paso a los susodichos curritos aquel rescate que no nos iba a costar un euro y va ya por 52.000 millones. De euros. No de electrones, ojo.
Otra cajica con gato (por liebre) incluido es la de los supermercados, ese sector «al borde de la ruina» que hubo que estimular con una rebaja exprés del IVA y que no solo siguió aumentando precios sino que acaba de anunciar beneficios récord. «Hemos subido los precios una burrada», ha reconocido el propio Juan Roig. Cada vez que nos creamos un agujero en las cuentas públicas con la esperanza de que ese dinero no acabe en los bolsillos de algún empresario, Dios mata un gatito (de Schrödinger) y lo llama «colaboración público-privada».
Ya, ya lo sé. No es elegante hablar de dinero. El dinero, como la física cuántica, es un fluir, un pasar. Es de tiesos pararse a hablar de él, total solo el 23% de las familias españolas han tenido que reducir su consumo de alimentos desde el inicio de la pandemia. Menuda ordinariez. Pudiendo ser accionistas de Mercadona. O consejeros de Sanidad de Ayuso, como ese Ossorio que desde lo alto de sus más de 100.000€ de sueldo anual o sus dos millones de patrimonio ni ve pobres a su alrededor ni tiene problema en pedirse el bono social para la calefacción de familias vulnerables.
Pon Ferrovial, otra empresa cuántica que, tras alterar al alza durante veinticinco años, en complicidad con las otras cinco grandes constructoras nacionales, miles de licitaciones públicas, anuncia como un youtuber cualquiera que se va. A Países Bajos, ese paraíso del dumping fiscal. La empresa de los Del Pino, que lleva por cierto desde 2020 sin pagar Sociedades, se ahorrará con la mudanza un 5% de impuestos. «No nos parece ético», les hemos dicho los columnistas de este país, no sabemos si provocándoles o no una lágrima. «La culpa es del Gobierno», ha sentenciado Cuca Gamarra, portavoz del PP, «por no darles más facilidades para que se queden». Esta semana me he enterado de que la empresa suiza que fabrica las chocolatinas Toblerone, que anda a la greña con el Gobierno alpino por llevarse a Eslovaquia parte de la producción, tendrá que retirar el dibujo del monte Cervino de su imagen de marca debido a una ley de aquel país que protege sus símbolos nacionales. Solo puedo decir que manda narices que Suiza (nada menos) nos lleve ventaja en legislación contra los paraísos fiscales.
Pero el caso que mejor resume, epitomiza, ilustra y da esplendor a todo esta frenética volatilidad subatómica del dinero es el del expresidente de la Región (y padrino político del actual), el inefable Pedro Antonio Sánchez. ¿Teletransportación, agujeros contables, colaboración público-privada, deslocalización de la producción, externalización de riesgos, déficit ético? Él te los ve y te los supera. Quien recibiera la noticia de su condena a tres años de cárcel subiendo a Instagram una foto en bermudas desde Abu Dhabi digo Miami ha vuelto a la actualidad estos días, al conocerse las cuantiosas subvenciones y préstamos públicos captados por su empresa, radicada en un bajo de Puerto Lumbreras chapado hace años. El político-empresario cuántico definitivo: lejos para declarar ante el juez o ingresar en prisión; cerca para trincar ayudas del Info. Lejos para responder ante la sociedad que un día gobernó; cerca para que la tele autonómica le siga rindiendo pleitesía. Aún no se me ha bajado la ceja izquierda desde que vi el informativo: no te preguntes qué puede haber hecho Pedro Antonio Sánchez; pregúntate qué pudiste hacer tú para que él no hubiese tenido que marcharse. O algo así me quiere sonar.
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