España cheeseburger
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Canales de noticias dedicados a radicalizar al espectador, excitando sus prejuicios y odios, retroalimentan la ola neofascista que recorre el mundoCuando hablamos de burbujas digitales y mediáticas, de desinformación y 'fake news' no solo nos referimos a recibir noticias que refuercen nuestro punto de vista ... previo. El problema también incluye (y es tal vez el peor de sus aspectos) el adelgazamiento y la desaparición de contenidos que, sin apelar directamente a nuestra emocionalidad, complejizan y enriquecen nuestra visión del mundo, nos aportan nuevas herramientas para el análisis y la comprensión de lo que nos rodea y nos hacen crezzz vale, vale, ya paro. Ya sabemos de qué va todo eso de las noticias falsas, no es necesario que venga yo ahora a daros la caca con el tema. Lo repiten todo el rato desde todas las tribunas de todos los medios tradicionales, justo al lado de una pieza titulada «Esto es lo que no debes hacer si reservas un hotel en la costa este verano», etc.
Pero adivinad qué: hay una correlación entre la desinformación y la 'alt-right', o nueva ultraderecha: canales de noticias dedicados a radicalizar al espectador, excitando sus prejuicios, sus odios y sus miedos, retroalimentan la ola neofascista que recorre el mundo. Ah, que esto también lo habíais oído como doce millones de veces. Vale, pero qué tal esto: una información que solo apela a nuestro orgullo y nuestra pataleta crea (y es creada a su vez por) una ciudadanía inmadura. Peor que tratar a tus lectores como niños es tratarlos como pequeños emperadores, decirles a todo que sí, no llevarles nunca la contraria. No, hijo, claro que no tienes que comerte la verdura, venga esa cheeseburger una noche más (una cheeseburger llamada libertad), pero dicho fino, en los medios.
El aprendizaje de la responsabilidad individual dentro de procesos generales, la toma de conciencia de los propios privilegios en una sociedad desigual y, por qué no, la acción colectiva ante esos retos son valores al alza en nuestro presente. Porque escasean, en primer lugar. Y porque son la clave para enfrentar lo que se nos viene.
En lugar de eso, abunda entre nosotros el exacto contrario, un fascinante mix de egoísmo, sociopatía, victimismo e irresponsabilidad encarnado en ese personaje que igual te da la razón cuando comentas la gravedad del cambio climático, pero monta en cólera si le sugieres que igual podría tomar algún vuelo menos al año o que los impuestos que debe pagar son necesarios para mantener sus servicios públicos. Te escupe la crema de espárragos a la cara.
Qué duda cabe de que la boyante ideología de la cheeseburger-llamada-libertad no se caracteriza por crear ciudadanos ideales. Pero ¿y patriotas? Hay una relación evidente entre estos nuevos anarcocapitalistas de Hacendado y esa versión recién llegada del nacionalismo españolista con bien de banderas (en el balcón, en las redes, en las muñecas) y orgullo imperial. Mi pregunta hoy es: ¿son esas ideas compatibles en absoluto? Al fin y al cabo, el nacionalismo es una ideología relativamente reciente, inseparable de los inicios de la Edad Contemporánea y de la construcción del concepto 'nación', una instancia superior a la que sus habitantes debían subordinación en forma de impuestos, leyes, reclutamiento obligatorio, etcétera. No estoy seguro de que este nuevo perfil de patriota respondiese con fervor nacional a, pongamos, un programa de racionamiento, una leva forzosa o una expropiación por intereses del país, esos mecanismos tan típicamente nacionalistas. Aún recuerdo cómo reaccionaron a lo de tener que quedarse en casa durante aquello de la pandemia global. Le abrirían las puertas de la patria al enemigo con tal de llegar cinco minutos antes a la rampa de la autovía.
Se me ocurre, cómo no, una teoría: hay por ahí nacionalistas españoles con pulseras rojigualdas hasta el codo que de patriotas tienen lo que yo de obispo. Que viven la bandera en tanto que les sirva de cachiporra: para darle con ella al enemigo, que suele coincidir con todo aquel que les venga a decir que se coman las verduras. Españoles tarifa plana, sin responsabilidades en letra pequeña. Muy españoles y mucho españoles pero solo contra otros: contra las otras lenguas, contra los pueblos indígenas, contra quien no piense como nosotros. Contra feministas, activistas, docentes, sanitarios. Contra quien viene de fuera. Contra los no blanquitos. Contra la chusma, los parados, los jubilados, los poco productivos. Contra 26 millones de españoles subprime. Contra quien vote otra cosa. Contra quien nos lleve la contra. O lo piense. O lo pueda pensar. Y así, podando y podando de España una rama potencialmente podrida tras otra, construimos una España bonsai a nuestra medida en la que somos raíz, tronco y hoja. La España cheeseburger que nos merecemos. Y la rojigualda se va pareciendo cada vez más a la bandera de Japón, solo que en lugar del sol naciente ahí lo que sale es nuestra propia cara.
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