El blues de la frontera
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Qué es lo popular si no Pata Negra, si no Lagartija Nick, si no Los PlanetasLa otra noche, en una pequeña fiesta en casa de mi amigo el artista Ricardo Escavy, vi la foto. La tiene enmarcada en el centro ... de su estudio, pero daría igual si fuera solo un imán de nevera: te secuestra los ojos hagas lo que hagas. Los hermanos Amador, Rafael y Raimundo, en Manhattan, en algún momento de la segunda mitad de los años 80. Rafael con gafas de sol, cara a cámara; Raimundo guasón a su lado, mirando a su hermano. La época de gloria de Pata Negra, poca broma. Cuenta el fotógrafo, el murciano Ángel Fernández Saura, que estaba mosqueado a la hora de apretar el obturador, los músicos le habían hecho esperar horas y horas y él solo quería ya acabar cuanto antes y volver al hotel. La urgencia le vino bien a la foto. Un icono inesperado.
Las numerosas reediciones recientes de Stefan Zweig, Walter Benjamin o Thomas Mann nos hablan de un interés contemporáneo por la época de entreguerras, la rápida degradación desde los felices años 20 del siglo pasado a los abismos bélicos de la década posterior. Es normal que nos sintamos próximos a aquellos conflictos: el 'crack' del sistema bursátil en 1929 provocó una crisis económica internacional que desestabilizó profundamente las sociedades occidentales, algunas de las cuales (incluida –ay– la nuestra) cayeron en pocos años en manos del fascismo. Seguro que os suena. El colapso financiero del 08 no solo nos arruinó: le abrió las compuertas a la ultraderecha. Un patrón que también podemos rastrear en el descrédito de las democracias liberales europeas tras el 'crack del 29'. La inestabilidad, la incertidumbre y el miedo son excelentes combustibles para los proyectos reaccionarios y nacionalistas, y la pandemia no ha ayudado precisamente a recuperar la fe en el futuro. De estos inmensos procesos macrosocioeconómicos me interesa en especial un aspecto: cómo el repliegue identitario se proyecta sobre la cultura. En Alemania, el movimiento völkisch (algo así como 'populismo folklórico') exaltaba las manifestaciones culturales tradicionales frente a los excesos de los vanguardistas de la época, ese famoso 'arte degenerado' proscrito por los nazis. Siempre a la búsqueda (más bien a la invención) de la «verdadera cultura alemana», rechazaban la contaminación cosmopolita de las artes, que vinculaban con «la decadencia de la raza» causante de la derrota de noviembre de 1918.
Salvando las enormes distancias, también en nuestra época vivimos un nuevo interés por las formas populares, un anhelo de esencias que nos ha traído –por ejemplo– proyectos musicales tan interesantes como los de Maria Arnal, Rodrigo Cuevas, Maria Rodés o, claro que sí, los murcianos Maestro Espada, que investigan y revitalizan músicas tradicionales peninsulares y nos reconectan y nos hacen bailar con las verbenas de nuestros abuelos.
La mirada hacia atrás tiene también un lado siniestro, cómo no: entran en las listas de más vendidos productos con apariencia de libros de Historia que son poco más que soflamas nacionalistas sobre las bondades del Imperio Español. Surgen fans de artistas como la cubana Chanel, polémica ganadora del Festival de Benidorm, menos interesados en su propuesta musical que en el hecho de que se impusiera a gallegas y catalanas, periféricas y feministas, antiespañolas en suma. El rechazo al arte 'posmo' tiene su correlato en la fobia ultra a la Agenda 2030 y el 'globalismo'. El proyecto cultural franquista, aquella recreación völkisch de lo hispánico-popular (basada en el casticismo centralista) en la música, el cine y la televisión del régimen, encuentra ahora continuación en lo 'neorrancio', una sensibilidad identitaria ligada a unas artes 'nuestras' amenazadas tanto por lo cosmopolita, por un lado, como por los separatismos internos, por otro. Prima lo puro.
Pero qué diablos es lo puro, me pregunto yo, en nuestra cultura. Y pienso en los jóvenes Amador, dos gitanos adolescentes de las 3.000 de Sevilla tocando riffs de Jimi Hendrix con la guitarra flamenca del abuelo. Acompañándose del cajón, que es un instrumento andino que se trajo Paco de Lucía de una gira por Latinoamérica en los años 70. Qué es lo popular si no Pata Negra, si no Lagartija Nick, si no Los Planetas. Y creo que lo mejor de nuestra cultura es la que huye de la pureza, la que mira y escucha y lee por encima de la valla, la que mezcla las tradiciones con los ritmos que acaban de llegar. Si hasta Julio Romero de Torres era mucho más que el pintor popular de mujeres morenas que quería Franco, cuánto más serán las artes y las letras de una península como la nuestra, idiosincráticamente mestiza si me permitís el oxímoron, que la reducción a bandera que se nos propone. Por eso, porque las banderas son cuadradas y mi país no cabe dentro, es por lo que me voy a poner ahora mismo el 'Blues de la frontera'. Para cruzarla con Rafael y Raimundo, para donde ellos quieran.
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