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Aun a riesgo de hacer un poco el 'boomer', me voy a atrever a recordaros por aquí que el cambio climático no es la única ... situación de inminente colapso civilizatorio que ha vivido la Humanidad. Quienes pintamos canas nos acordamos todavía del miedo que oscureció nuestra infancia y adolescencia: la escalada de armas de destrucción masiva (estas de verdad) que amenazaban con poner fin a la Guerra Fría y con ella a la especie humana. Es una cosa que en 'Cuéntame' no sale nunca. Esa nostalgia –tan de moda– por aquellos maravillosos años del blanco y negro y el Naranjito y las suecas en toples obvia siempre que se nos ponía el corazón en un puño cada vez que veíamos a Reagan o a Brézhnev abriendo un telediario. Nucleansiedad, podemos llamarla. La sociedad civil y algunos partidos de izquierda abrieron el camino del antimilitarismo y el rechazo a la energía atómica. Aún en época franquista, la resistencia cívica de nuestra Región frenó el proyecto de central nuclear en Águilas (recordemos el frenesí atómico de un Régimen que pretendía levantar hasta 30 centrales por todo el país). En los 80 llegaron la moratoria nuclear y la Insumisión contra el servicio militar, que resultaría una década más tarde en la profesionalización de las FF.AA. Un amplísimo sentido común popular contra las armas nucleares había puesto las bases para los tratados de no proliferación y, en última instancia, de desarme. Y así, queridos nietos, fue como el mundo se salvó de los misiles que amenazaban con volarlo en pedazos.
¿Había quien defendía la escalada nuclear? Por supuesto. ¿Políticos que fomentaban el odio para justificar sus programas armamentísticos? Ya te digo. Pero una cosa no había: negacionismo. Ni siquiera esa gente con una patatica de menos para el kilo venía un día a contarte que eso de que los misiles matan es un invento del Gobierno. Nada de «pues de toda la vida ha habido armas nucleares apuntando a mi país y nadie se quejaba». En la tele (VHF, UHF y ya) te explicaban la potencia destructiva de cada misil nuevo comparándolo con la bomba de Hiroshima: 1.000 veces, 10.000 veces, 100.000 veces más, etc. Si queríamos ver crecer a los churumbeles, la locura aquella tenía que parar. Ni siquiera el todopoderoso PSOE de los 80 fue capaz de arrancar una victoria clara en el referéndum de ingreso a la OTAN, aprobado a trágaloperro con un pírrico 56,85% de los votos. Además de amenazar con dimitir si lo perdía, González tuvo mucha suerte. Apenas un mes después de la cita con las urnas, la central de Chernóbil saltó por los aires. La nucleansiedad desatada habría ganado de calle esa consulta.
En una de esas paradojas tan abundantes en nuestra Historia reciente, fue el PSOE quien metió a España en la OTAN y el PP de José María Aznar quien se puso la medalla de acabar con el servicio militar, si bien el consenso contra el mismo era tan amplio, tras el éxito de los insumisos, que todos los partidos llevaban en sus programas la supresión inmediata de aquel anacronismo. Las paradojas con Mr. Aznar no terminan aquí, claro, ni terminarán nunca mientras desde los medios sigamos poniéndole una alcachofa delante de la boca. Ahora que el hombre está con sobredosis de alcaciles proliferan los artículos recordando los mejores momentos de la problemática relación de nuestro expresidente no ya con la verdad, sino con la credibilidad o la palabra dada. En efecto, el «Pujol, enano, habla castellano» de su victoria electoral devino en un inmediato hablar en catalán en la intimidad del hotel Majestic, además de las innumerables concesiones a CiU y PNV, socios necesarios para su investidura. Si hablamos de amnistías, don José María ostenta el récord de indultos de entre todos nuestros gobiernos democráticos: 5.948, incluyendo a 16 terroristas de Terra Lliure. Para colgarse la medalla de haber vencido a ETA, Aznar intensificó la negociación con la banda terrorista, a la que se refería a finales de los 90 con el simpático apelativo de Movimiento Vasco de Liberación, en unos momentos en que el cadáver de Miguel Ángel Blanco seguía caliente y el infame Txapote aún andaba suelto. Hasta 574 presos de ETA (otro récord) se beneficiaron del acercamiento a cárceles vascas decretado por el expresidente. Ratificó Kyoto y luego se hizo negacionista, garantizó las armas de destrucción masiva en Irak y alentó la teoría de que el 11M era cosa del Movimiento Vasco de uy, no, de ETA, que me lío. Ahora está con la brasa –como siempre que los suyos no gobiernan– de que España se rompe. Que personajes así salgan a vocear que España se rompe es una de las señales más esperanzadoras de la buena salud de nuestra democracia.
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