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Estos días se están celebrando las marchas y actividades del Orgullo y es inevitable acordarse de que, en paralelo, PP y Vox continúan sus negociaciones ... de coalición para construir juntos el Gobierno de un buen número de comunidades autónomas, entre ellas esta que pisamos. Un factor más para el debate sobre libertades civiles: las elecciones generales son en exactamente tres domingos. La rápida respuesta de la Policía Local de Murcia, abriendo expediente al agente que abusó de su autoridad interrumpiendo el concierto de Rocío Saiz la semana pasada en nuestro Orgullo, es la constatación de que nuestros mandantes son muy conscientes de esa delicada conjunción de factores. Endemoniada, podríamos añadir, desde el punto de vista del Partido Popular, pues el pedigrí liberal de sus siglas se está viendo contaminado por diversas tonalidades de verde.
En efecto, la tradicional iluminación arcoíris de las sedes y los logos populares el pasado miércoles se vio contestada por una ola de indignación de parte del colectivo LGTBI, con la palabra 'hipocresía' entre las más pronunciadas. Se alega que la supresión de las concejalías de Igualdad y políticas de diversidad ha sido parte de los pactos PP-Vox en decenas de ayuntamientos, llegándose incluso a prohibir la exhibición de banderas arcoíris en muchos de ellos. El frenesí censor se extiende además por las programaciones culturales, con la cancelación, en un ayuntamiento de Madrid, de una adaptación del 'Orlando' de Virginia Woolf por su temática LGTBI. Para mayor agitación, ha sido admitido a trámite estos días en el Tribunal Constitucional el recurso del PP contra la ley LGTBI del Gobierno. No hay 'pinkwashing' de última hora que te quite esas manchas de encima.
Más allá del conflicto abierto con este colectivo, los populares se debaten estos días entre la necesidad de acceder –en coalición con los ultras– al poder municipal y autonómico, por un lado, y la salvaguarda de su identidad liberal, por el otro. Ese es el desgarro fundamental que amenaza con impedir la mayoría PP-Vox del 23-J. Hay otro secundario, en espejo, que actúa agravando el primero: la caída en las encuestas de Vox, que se atribuye a su función de muleta del PP en las negociaciones post 28-M, los obliga a sobreactuar en el papel de macho alfa de las derechas españolas de cara a las urnas. Esas fantas, para desgracia de Feijóo, no las piensan pagar. Los pactos programáticos son de parguelas, dicen. Ya solo les valen vicepresidencias, consejerías, competencias, presupuesto, visibilidad y poder. Y se los dan a sus perfiles más desaforados, con la esperanza de que esa publicidad gratis les infle las velas otra vez.
Qué duda cabe de que este guion no se desarrolla únicamente en nuestro país. La ola ultra es internacional y los viejos y nuevos partidos de derecha en Occidente la han encarado cada uno a su manera. No en todas partes encontramos a dos partidos en simbiosis como nuestros PP-Vox. En EE UU la pugna se dio en el seno del Grand Old Party (y la ganó Trump). Algo parecido sucedió en Gran Bretaña, donde Boris Johnson 'trumpificó' a los 'tories' para quitarle la bandera del 'Brexit' a los ultras de UKIP. En Francia y Alemania, sin embargo, los conservadores siguen enfrentados a la ultraderecha y se niegan a renunciar a sus valores liberales. El modelo español se parece más al italiano, donde el reparto de poder aparece por encima en el orden de prioridades y todo aquello de la libertad, la fraternidad y la igualdad que defendía el liberalismo clásico se despacha ahora con el genérico 'wokismo'. Una cosa sí tienen en común y hay que reconocerles a las derechas occidentales, y es haber radicalizado el debate público a uno y otro lado del Atlántico, arrastrando el marco del mismo hacia sus coordenadas ideológicas. Hasta hace no mucho, en las campañas hablábamos sobre todo de economía. Ahora volvemos a la ETA, el 'lobby' gay, el aborto y los ecolojetas. Pensábamos que íbamos a poder hablar de impulsar la renta básica universal y aquí estamos, en 2023, debatiendo sobre si el cambio climático es real o no. Sobre si existe o no la violencia de género.
Hay en el PP dos corrientes: la del inminente president Mazón, que le entregó a las primeras de cambio a Vox una vicepresidencia y tres carteras en el Parlament valenciano a cambio de la investidura, y la de la líder extremeña, María Guardiola, que ha representado cierta resistencia a dejarse torcer el brazo. Ya sabemos a cuál ha desautorizado y obligado a rectificar Feijóo, pero la incógnita principal sigue abierta: ¿está el PP pegándose un tiro en el pie de Moncloa por las prisas de meter el pie autonómico y municipal en un zapato de coalición con Vox? Y va un chiste, que me ha quedado algo seria la pieza: –¡Qué bonicos tus gemelos! ¿Cómo se llaman? –Alberto. Es que es un poco nervioso.
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