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Bill Duncan es un británico de 71 años. Conoció a su mujer, Anne, hace más de 20 años y lleva 18 casado con ella. Pero ... Bill no lo sabe, no recuerda nada de todo eso. Bill padece alzhéimer y no recuerda ningún momento de su vida con Anne, ni el día de su boda. Ella permanece con él todo el tiempo, cuidándole y protegiéndolo. Y Bill no ha podido evitar enamorarse de ella como la primera vez.
Muchas veces pienso cómo sería mi vida si algo de lo ocurrido no hubiera pasado. Si en alguno de los caminos emprendidos hubiera elegido el norte y no el sur. Si mis pasos se hubieran perdido en otros horizontes o si, por alguna extraña razón, hubiera acabado en el mismo lugar que ocupo hoy. Nadie lo sabe, pero me gusta la idea un tanto absurda de que el pasado tiene muchas formas de llevarte hacia el lugar inevitable, hacia tu lugar en el mundo.
Llegar a ese lugar no es fácil. De hecho, la vida no deja de ponerte a prueba. Parece que emprendes el camino correcto y, al cabo del tiempo, te estrellas contra un muro. Puede ocurrirte muchas veces hasta que una de esas veces no ocurre, hasta que una de esas veces, no hay muro. Pero hay que llegar hasta allí para saberlo y mucha gente se rinde antes y permanece anclada en ese otro camino a ninguna parte.
No hay que esconderse de todas las malas decisiones de nuestra vida. Sólo hay que dejarlas atrás. Lograr que se queden en el pasado para que no contaminen el presente. Porque mientras les demos oxígeno, seguirán respirando y seguirán haciendo daño. Por eso, y aunque parezca un contrasentido, olvidar es parte del futuro. Olvidar de forma voluntaria. De forma consciente. Enfrentarte a los monstruos del pasado con tu mejor sonrisa, despedirte de ellos para poder seguir avanzando, desprenderte del peso innecesario del odio y el resentimiento. Olvidar nos permite enterrar todo lo que nos estorba para poder rellenar ese espacio con todas las cosas buenas que, de otra forma, no tendrían hueco.
Quien más, quien menos, ha sufrido una decepción o ha decepcionado, ha sido engañado o ha engañado. O todo ello más de una vez. Cada uno de esos momentos eran eslabones que necesitaban estar conectados uno a uno para llegar al último, al que colocamos ahora en la cadena que es nuestra propia vida. Es importante saber que sólo podemos colocar el presente eslabón a partir de los anteriores, el eslabón que nos permite entender qué nos ha llevado hasta aquí, a nuestro lugar inevitable.
El joven Ernesto, en aquella deliciosa película que era 'Un lugar en el mundo', visita a su padre para despedirse de él. Pero su padre está muerto. Ernesto es joven y quiere emprender una nueva vida en otro continente, y antes visita la tumba de su viejo para explicarle que no se quedará en aquel pueblo como él. Que no es su sitio. Pero está asustado y le pregunta: «Me gustaría que me dijeras cómo hace uno para saber cuál es su lugar. Supongo que me voy a dar cuenta cuando esté en un lugar y no me pueda ir. Supongo que es así. Ya va a aparecer». Yo, como Ernesto y como su padre, creo que ese lugar existe para todos. Un lugar inevitable, en el último eslabón, un lugar al que llegas después de olvidar todas las decisiones equivocadas.
Pocos meses después, Bill pidió matrimonio a Anne, convencido de que era la mujer de su vida. Ella le dijo que sí. Se casaron en el jardín de su casa, rodeados por un pequeño grupo de amigos y familiares. Los recién casados volvieron a su vida y Anne asegura que Bill, está «emocionado» con su nuevo papel de marido de Anne. «Es un hombre fantástico y siempre ha traído felicidad a la vida de los demás, sobre todo a la mía». Y es que, en ocasiones, la vida tiene un modo dramático de mostrarnos que todos tenemos un lugar en el que siempre queremos estar y que, para llegar a él, lo mejor es seguir avanzando, eslabón a eslabón, tratando de olvidar sin dejar de recordar.
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