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D on Diego Alatriste y Tenorio, el falso capitán español de los Tercios de Flandes, cuando aún no se ponía el sol por aquellos lugares ... del imperio, es una de las creaciones más genuinas de la ya larga y brillante carrera literaria de Arturo Pérez-Reverte. Se sabe, además, que, junto con don Jaime Astarloa –acaso, su personaje favorito–, Lucas Corso o Teresa Mendoza, Alatriste ha sido una de las grandes aportaciones del escritor cartagenero a la narrativa española de estos últimos años, quizá del último medio siglo. Una narrativa que, desde los tiempos de Andrea, la heroína de 'Nada', de Carmen Laforet, el Pascual Duarte de Cela o el Pijoaparte de Marsé, se hallaba carente de héroes, aunque sólo fueran héroes cansados.
Alatriste ha trascendido nuestras fronteras y ha llegado al mundo latino, al ámbito anglosajón y a la cultura japonesa, donde, una vez más, se han apropiado de su figura y lo han convertido en una creación propia, como hicieron en su día con el Ratoncito Pérez, que, a finales del siglo XIX, sacó a la luz, por primera vez, nuestro Padre Luis Coloma por encargo de la reina María Cristina como regalo al niño y futuro rey de España Alfonso XIII, que tenía el baile de san Vito y que, según los más castizos, no se estaba quieto «ni pa Dios».
Pero, frente al resto de héroes revertianos, con los que hemos tenido que hacer el esfuerzo de imaginárnoslos, con Alatriste contamos con el privilegio de conocerlo, casi en persona, gracias a los excelentes dibujos y a las magníficas ilustraciones de Carlos Puerta y, sobre todo, de Joan Mundet.
Las aventuras del capitán Alatriste se iniciaron en 1996 y, hasta la fecha, se han publicado siete volúmenes –el último, 'El puente de los asesinos', en 2011–, cuando nuestro autor había prometido a sus millones de lectores, repartidos por todo el mundo, un total de nueve entregas, con 'La venganza de Alquézar' y 'Misión en París'.
¿Qué ha sucedido, pues, con la saga del capitán Alatriste? ¿Se ha desencantado Reverte de su personaje? No lo creo. Alatriste sigue dando vueltas y más vueltas en su extraordinaria molondra, y, de vez en cuando, aunque no lo haga a propósito, aparece transfigurado, como un fantasma que regresara de su tumba, en otra persona de una novela que nada tiene que ver con el ambiente del siglo de oro, donde se ubica don Diego.
Creo entender que Alatriste fue tomado como una aventura personal, como un serio entretenimiento de Arturo Pérez-Reverte, que quería así rendir su más sincero homenaje a la literatura folletinesca y, ya de paso, dejar constancia ante los lectores –y ante ciertos ignorantes que dirigen los destinos de la educación en España– de que no somos conscientes del esplendor cultural de nuestros siglos de oro, con la presencia de Cervantes, Velázquez, Lope, Quevedo y tantos otros.
El invento dio resultado con un éxito internacional que ni el propio autor se esperaba. De ahí que, de inmediato, todos pensáramos que tendría continuidad. Sin embargo, también conviene pensar que Reverte, para escribir un nuevo Alatriste, tendría que dejar de lado esas otras novelas que a él tanto le apetecen, y, de ese modo, nunca hubieran podido aparecer títulos que, en opinión de los más exigentes críticos, son fundamentales en su carrera de escritor, como las más recientes 'Línea de fuego' o 'Revolución'.
O una cosa o la otra. Pero imposible hacerlo todo a la vez. A no ser que Arturo hubiera recurrido, como ya hizo en su tiempo su admirado Alejandro Dumas, a generosos 'ayudantes', a los consabidos 'negros' que fueron los causantes de que el novelista francés del siglo XIX firmara decenas de ejemplares en los que, sin embargo, apenas había intervenido.
Pérez-Reverte caza solo y por cuenta propia. De manera que nunca ha tenido la tentación de repartir un plato tan suculento como es la creación de una obra literaria, que a él tanto le divierte. Aunque no tengamos más Alatristes.
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