Ave María Purísima
Las cuatro esquinas ·
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Las cuatro esquinas ·
Francisco ve que el Sínodo rechaza el sacerdocio femenino y apuesta por «visibilizar» a la mujer en la IglesiaPecado. Ave María Purísima. Acúsome padre de llevar muchos años, veinte o treinta por lo menos, siendo un católico autogestionario. «Mal empezamos, hijo mío. Defíneme lo de autogestionario para que pueda darte la absolución». Pues mire, padre, en síntesis soy un creyente que se autogestiona ... su fe a diario, que se siente cómodo y acogido en el seno de la Iglesia, que participa de la santa misa como un lugar de acogida, no como una reunión impuesta, pero al que le cuesta mucho digerir el trigo mezclado con la paja. ¿Y cómo y cuánto lo haces, hijo? Casi todos los días una vez. Y a veces, cuatro o cinco. En ese sentido, padre, he pecado de todas las formas posibles. He pecado contra algún birrete, contra más de un anillo, contra el extremismo dogmático y contra el fuego del infierno, Perico Botero incluido. He pecado contra aquellos que creen que en el seminario les dieron una especie de copyright jesuítico que les hace poseedores de la única verdad verdadera. He pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión contra aquellos que se empeñan en infundir miedo en la gente a un Dios Padre tan alejado de aquel que acoge al hijo pródigo que nos legó Jesús. Contra aquellos que manchan a su Iglesia, que también es la mía, con su asquerosa pedofilia sin haberse atado antes una piedra al cuello y haberse arrojado al mar como advertía el Maestro. Desgraciadamente hace más ruido un árbol al caer que todo un bosque al crecer.
Absolución. He pecado contra aquellos que vician el voluntariado católico convirtiéndose en funcionarios de ventanilla. He pecado contra los que procesionan por fuera sin sentirlo por dentro. He pecado mucho, padre. Y lo peor de todo es que aún tengo un desordenado apetito por seguir pecando contra todo pajarraco que se empeñe en cambiar el evangelio por la jerarquía, en mantener estructuras caducas y en poner frenos y tablachos en vez de abrir compuertas. El Espíritu Santo no se cansa de soplar, padre. Pero nuestro ego no se cansa de taponar. Y la Historia está cargada de ejemplos. No sé si me habré ganado la absolución, padre. Valga en mi descargo que soy periodista. Y como tal un sujeto condenado a escribir de todo sin entender demasiado de nada. Soy de los que piensan que cuando un periodista escribe de lo que domina y verdaderamente entiende se convierte en un especialista y deja de ser un divulgador. Se convierte, más o menos, en un profesor que escribe en el periódico. Ex cátedra. Ya te digo.
Francisco. Escribir sobre estos temas, y más en los tiempos que corren, es difícil, no te vayas a creer. Tú ya sabes que en la Iglesia Católica tenemos un Papa progre. El sucesor de Pedro, aquel al que le cantó el gallo tres veces, dicen en Roma que nos ha salido un poco «rojillo». Francisco quiere convertir a su Iglesia, que es la mía y probablemente también la tuya, en una Iglesia sinodal, asamblearia. Es decir, lo más fiel posible a sus raíces en las primeras comunidades cristianas. Menos poder jerárquico y más decisiones comunitarias. Mezclas un argentino y un jesuita con aires de franciscano y nos salen estos lópeces.
Mañana domingo termina el Sínodo convocado por el Papa con una misa y un documento de síntesis que se votará durante la jornada de hoy sábado. La acogida a personas LGTB, el papel de los laicos y el sacerdocio de la mujer son tres de los temas capitales que enfrentan a estas horas a las posiciones más extremistas que Francisco trata de capear con su arte criollo. Las últimas noticias hablan de un rechazo al sacerdocio femenino atenuado por una mayor «visibilización» de la mujer en la Iglesia.
Jesús. Y aquí me paro porque, por mucho que me estruje el magín, me apriete el caletre, rumie con la calamorra o le dé vueltas a la chola, no encuentro ninguna razón evangélica para que la mujer no pueda acceder al sacerdocio en las mismas condiciones que el hombre en pleno siglo XXI. Es indudable que la sociedad actual camina por senderos de igualdad entre hombres y mujeres. Que es exactamente la que practicó Jesús en aquella sociedad capaz de lapidar a una mujer por la simple sospecha de adulterio. El que esté libre de pecado que lance la primera piedra. Y se puso al lado de ella. Magistral. Y todo ello frente a la Misná, la tradición judía que imponía la relación entre varones y mujeres. Jesús era muy molesto. Por eso acabó en la cruz.
Jesús utiliza permanente la simbología de la mujer en su doctrina. Las tradiciones evangélicas señalan a María Magdalena como la primera apóstol a la que desvela su resurrección, enaltece a María como primera intercesora (He aquí a tu Madre) y en ningún momento hace distingos entre discípulos y discípulas. Y todo eso dicen los exegetas, mi admirado Martínez Fresneda, 'for example', tiene su raíz en su intensa experiencia de Dios como Padre y Madre en su comprensión y actuación. A ver si algunos obispos y cardenales escuchan en la cocina y siguen al Maestro. Que ya va siendo hora.
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