101 años
Las cuatro esquinas ·
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El recetario de un centenario, el padre de mi santa, para alcanzar el segundo siglo de vidaLongevo. El padre de mi santa, mi suegro, para hacértelo fácil, avanza con su bastón por el pasillo hacia el cuarto de estar con esa sonrisa picarona de quien quiere presumir ante los demás. Se le oye desde el salón, aparte de por los ... golpes del garrote con el que se ayuda para guardar el equilibrio, porque está decidido a que nos enteremos de una noticia de la que él no acaba de enterarse. Justo, que así se llama el 'mushaso', acaba de cumplir 101 años. Como dálmatas, oye. Pero con velas. De hecho falta tarta para tanta vela. Nació en un pueblecito de Burgos en el siglo pasado, claro está. Ha vivido guerras y posguerras, dictadura y transición. Y disfruta de la democracia a pesar de la que nos está cayendo. La generación de los supervivientes, los forjadores (y fajadores), los centenarios. Existen, ya te lo digo, existen. Y para muestra, un botón, el padre de mi santa. Figúrate lo contento que me ando con los genes que se gasta la parienta.
Recetas. Anda el hombre algo, bastante, teniente. Qué se le va a hacer. Y la vista le falla más de lo que debiera, pero ve lo que puede. Y lo que no puede, se lo imagina. Que lo último en la vida es amargarse. Dice su hija que de eso también sabe más que yo, que la clave de la longevidad paterna es que nunca lo ha visto estresado. Vamos, que en mi suegro el cortisol y la adrenalina son dos desconocidos. Y así le pasa lo que le pasa, que ha cumplido 101 años, sin dálmatas pero con velas. No es esa la única receta de Justo, hay otras. Nunca le ha faltado, ni le faltará, ¡vive Dios!, un vaso de buen vino en las comidas. Un sabio centenario que nos tiene dicho que, si el médico le quita el vino de las comidas, nosotros le cambiemos de médico. Y a menudo, alzando la voz como corresponde a su sordera, nos recuerda aquella célebre frase de otro longevo ya ausente, don Carlos Valcárcel Mavor, su maestro en el arte del buen caldo.
Y es que 'el que en plena comida no ha 'bebío' viene el Diablo y dice 'este es mío'. Pero el Diablo se va a joder, porque nos vamos a beber'.
Las otras recetas del centenario Justo son el baile y las caminatas. Dos estampas clásicas en su vida. La primera ya no la frecuenta tanto para tranquilidad de las señoras en los centros de mayores. La segunda no falla. Una hora de paseo en el jardín o media hora de bastonazos en el pasillo si el tiempo lo impide. Ese buen estado de forma, junto a las buenas artes de Domingo Pascual, evitó que un amago de infarto no fuera a más hace unos años. Un infarto venial. Y ahí lo tienes peleando la vida con el corazón en un puño, como las rosas.
Peplas. Claro que, faltaría más, el padre de mi santa tiene sus puntos débiles. La que más le tiene jodido al hombre es tener una próstata crecida y crecedera que atenta fieramente contra su chorro. Ese chorro caudal y amazónico de su juventud parece habérsele convertido en un triste goteo vertical, lluvia triste, lágrima mísera. Noches interrumpidas de orinal y tentetieso para aliviar el mustio grifo. Con lo que ha sido y con lo que fue el gran Justo, para deleite de las señoras que lo conocieron, de gota en gota melancólica y salpicadora. Tampoco es cuestión de meterlo al quirófano para que el urólogo le rebane kilo y medio de adenoma. Para lo que me queda en el convento, me meo dentro. A reyes y emperadores antaño les daban láudano y opio. Al mal de próstata le llaman los italianos el 'mal de los Papas'. Querrán decir que es propio de varones longevos y castos. En el caso de mi suegro, lo primero le pega. Lo segundo, no. A Bonifacio VII,I que sufrió el mal de próstata hasta su muerte, lo metió Dante en el infierno de su 'Divina Comedia', hay quien dice que más por soberbia que por lujuria. Pablo VI también padeció de la próstata. Y el Papa bueno, Juan XXIII, tenía que abandonar frecuentemente sus actos y audiencias para aliviarse. A Martín V también dicen que le llevó a la tumba la próstata, aunque hay quien asegura que en realidad fue una indigestión de anguilas, ya que a aquel Papa le gustaban más las anguilas que a Koldo y Ábalos las ostras. Y también sufrieron de chorrillo menguante que se sepa Carlos V, Rousseau y el gran Miguel Ángel que, con sus dolores, acabó pariendo como sabes a David, Moisés o La Pietá.
Fe. Próstata aparte, sordera y visión corta, el caso es que mi suegro sigue en pie y dándonos marcha desde la mañana hasta la noche. Los alemanes, que son tan rígidos, herméticos y tan suyos, no se creen que mi suegro esté vivito y coleando a los ciento un años, como los dálmatas pero con velas. Y ya les he tenido que mandar tres fe de vida en tres meses. Lo que no saben en Alemania es que aquí en Murcia se vive tan bien que esto que vas a leer es lo único que le preocupa al centenario padre de mi santa:
–Nena, ¿y cuando faltéis tú y tu marido, con quién me voy a quedar yo?
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