Voladas de olla

Creo no exagerar. De momento ya he escuchado a menudo contar a los guías turísticos de Murcia, presuntos relatores de una historiografía oficial sobre nuestro pasado, que la consabida cadena en piedra arenisca que existe en la fachada catedralicia que da a la plaza de los Apóstoles nadie se ha explicado nunca cómo se pudo hacer porque está labrada en una sola pieza, algo falso hasta para el menos dotado de los observadores. Añaden que «se dice» que a su autor le cortaron la lengua, o, según los guías más expansivos, «la picha», o «la mismísima», para hacérsela tragar y que no pudiese «contar el secreto».

Esto lo narran a sucesivos grupos de turistas crédulos, muchos de ellos con la misma pinta alienada del mudo de los Hermanos Marx. Los grupos de turistas crédulos luego se volverán a su casa y en las largas veladas del invierno rebuscarán entre sus recuerdos y contarán a sus nietos la historia murciana de la cadena imposible y lo que se tragó por su culpa el pobre cantero. Estamos de acuerdo en que la Historia hay que hacerla entretenida, pero todo debe tener un límite, incluso para Murcia.

Estamos llegando, en cuanto a inflamación local, a extremos mexicanos. Porque no encuentro mucha diferencia entre poner a autobuses turísticos de dos pisos para disfrutar de las bellezas de barrios marginales (alguien se dio cuenta y nunca más se supo), narrar ante la Catedral la bonita historia de la picha, o que pasado mañana iluminemos a los turistas acerca de que la civilización murciana tiene un contacto fluido con los extraterrestres.