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Desconfío de aquellos que abandonan sus vicios cuando se hacen mayores, como desconfío de los que no duermen (tiempo de vigilia que siempre emplean en hacer el mal) o de los que no me comen nada, inapetencia patológica que solo excuso en el único caso ... del periodista toscano Indro Montanelli, admirable en todo lo que dejó escrito pese a que solo removía los venerables platos de su tierra con el tenedor. Los vicios hay que encontrarlos y no abandonarlos, precisamente cuando uno se hace mayor es el gran momento para los vicios. Es de joven cuando hay que llevar una vida sana, y no en la decadencia, cuando ya da igual lo que nos quede en el convento y todas las privaciones de lo agradable no harán que ganes ni medio minuto del tiempo que te correspondía. Las privaciones, cuando no son asunto perentorio de vida o muerte, no suelen ser más que vanidad. Vito Corleone en 'El Padrino', ya viejo y retirado, decía: «Bebo cada vez más vino». En eso consiste. Qué manía tiene la gente de hacerlo todo al revés en la vida. El vicio y el pecado son necesariamente asuntos de la experiencia, para cometerlos como es debido.
El joven, que en el fondo es, en todos los casos, un ser puro y con una candidez garantizada, no sabe nunca cómo manejar los vicios. Cuando se pone a beber de cualquier manera termina haciendo un botellón, cuando se pone a fumar lo hace por imitación gremial, cuando se pone a creer en política se lo cree todo, a uno y otro extremo, y cuando se pone a fornicar acaba haciendo gimnasia. Todo es demasiado poco vicioso, demasiado digamos idealista. El vicio es una larga paciencia mantenida, como la inspiración, como esa mirada sucia que se nos pone a los que ya no encontramos aplicación práctica para ella. Los malos hábitos hay que contraerlos cuando la vida nos quita los presuntamente buenos. A mí me tiene ganado cualquier tipo que me diga que empezó a fumar, no a los catorce, sino a los sesenta, como mi amigo el pintor Severo Almansa. No es bueno para la salud pero indica muchas cosas buenas sobre su cabeza. Lástima que solo le haya pegado durante toda su vida a la Coca-Cola. No desisto de introducirlo aún en el whisky de malta, la única bebida sostenible y responsable para el otoño de la vida (todos mis amigos infartados, por ejemplo, ya solo viven para su whisky vespertino prescrito por su médico, y el resto de su tiempo consiste en esperar).
Desgraciadamente, solo escucho de casos de gente que se pasó muchísimo y de todo en su juventud, a lo loco, cuando no estaban en condiciones de apreciar lo que estaban perpetrando, y en cambio cuando sí estarían en condiciones de apreciarlo –tras toda una vida de heridas profundas y naturalmente sin curar– abandonan las grasas, el tabaco, el alcohol, el trasnoche, pretendiendo que pueden ganar, y solo se permiten apuntarse a un gimnasio y decir cosas graciosas a las camareras adolescentes, que debería ser delito, pero solo por el ridículo espantoso. Un viejo sin vicios es alguien que por hacerse el simpático cualquier día aparecerá con pantalones rosas y pelo naranja, a lo Ramón Tamames.
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