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Hará más de veinte años que, durante un mitin en Águilas, un aspirante político que al subirse al estrado se fue para arriba emitió un veredicto que hoy se antoja profético. «¿Sabéis la diferencia entre los socialistas y nosotros?», retó. «La diferencia es que ellos ... se pagan las putas con dinero público y nosotros ¡nos las pagamos con nuestra tarjeta!», y enarboló una propia, reflectante bajo los focos, para que no cupiese duda. La concurrencia de señoronas de provincias de todos los sexos casi muere en un hipido colectivo. Aquello no trascendió en los medios, no sé si porque no había medios presentes o porque los presentes eran muy de la causa. El caso es que aquel lejano político local llegó, sin saberlo, al fondo de la más palpitante cuestión nacional de ahora. El famoso escándalo del Tito Berni lo es no porque se fuese de señoritas en Madrid ('pajaritas', las llamaba don Santiago Bernabéu), sino porque cabe la sospecha de que todo aquello, las señoritas, cenopios, copas, whiskis, puros, hoteles, contratos a dedo, mordidas, ou yeah, fuese sostenido con dinero ilegítimo, el de los contribuyentes. Los patriotas que arriman el hombro, como los describe el presidente Sánchez.
Ni siquiera cabe incluir en el escándalo que presuntamente Tito Berni ('Putito Berni', lo llama felizmente Girauta en el ABC) votara de día en el Congreso contra los clientes de la prostitución y conforme salía por la puerta lateral se fuese a la prostitución a celebrarlo, calculando que sus putas las pagarían las multas cobradas a los demás. ¿Acaso esperaba alguien otra cosa de los hacedores de la moral progresista, la superioridad, los cuerpos santos, los que ordenaban el confinamiento para así tener más 'pajaritas' y menos testigos? ¿Os han herido vuestro corazoncito? Si alguien lo esperaba se merece todo lo que le pase, por primaveras.
En lo de Tito Berni queda reflejado perfectamente a dónde ha llegado España, que ahora se pellizca porque se ha enterado que en este país se fuma. Tito, o Putito, ha actualizado un itinerario perfectamente establecido en la corrupción política. Donde antes todo giraba en torno al 'hotel Castilla' (como allí se reunían los grandes usuarios de las viagras, lo apodaron como 'el hotel Pastilla') hoy por lo visto se dirige a locales 'con encanto' del centro histórico. Donde antes se cenaba en el maravilloso Combarro o el Asador Donostiarra hoy se hace –para quince, todos con carnet del partido– en el Ramsés, ese risible antro 'wanna-be' que aún llora por Cristiano Ronaldo con mobiliario doradito a tono con la antes mencionada moral progresista, que es estrictamente hortera. Solo echarle un ojo al señor Berni ya se ve que estamos tratando con gente guapa. Y donde antes se remataba la noche yendo a recolectar en el Pigmalión hoy se prefiere algún discreto chalé semisuburbano, donde no se escuchen los gritos. El señor Berni es un personaje tan clásico que físicamente parece mellizo del exdirector de la Guardia Civil Luis Roldán, separados al nacer, aunque carece del empaque maño de éste, a cambio de esa cosa venezolana de los canarios.
Esto no es una anécdota; es un sistema. Los patriotas que arriman el hombro, a pagar a los feministas Titos Bernis y a callar. El país avanza.
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