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En España está muy mal visto, tradicionalmente, quejarse por algo. La consecuencia sólo puede ser una: que aquí da lo mismo ocho que ochenta que ochocientos. Una tortilla de patatas, tan difícil de lograr por su sabor delicado y asustadizo, que un infame ladrillo de ... mortero recalentado. Las libertades que la falta de ellas (de hecho, en España quienes traen la falta de libertades hablan de las libertades). Es lo propio de un país que ha pasado de pensar en la muerte durante toda la vida a no pensar en nada en absoluto. Quejarse, contra los que creen que es propio de flojos de espíritu, significa exigencia, la aspiración a esa excelencia que alguna vez, rara vez, conocimos y por tanto sabemos que existe. El «no está tan mal» da lugar a que la próxima vez seguro estará peor. Las comparaciones son odiosas, dicen; no conozco una expresión más ceporra, inventada por los que perderían en cualquier comparación.
La queja, el sentirse incómodo con todo, sin embargo, hace prosperar a las sociedades y las mejora. Aquí a la exigencia lo llamamos victimismo. Esa cosa molesta y antiquijotesca que parece que en España es patrimonio de los independentistas y de algunos colectivos amargados de izquierda, porque lo que quieren es todo nuestro dinero. En Francia, por ejemplo, las conversaciones de bar se empiezan y se cierran maldiciendo a las circunstancias, a la salud, al clima, a la vida, naturalmente al presidente Macron... Es de buen tono lamentarse sin miedo, revoloteando elegantemente las manos. Allí eso hace intelectual; aquí hace quejica, negativo, alguien insoportable.
En Italia la queja es el fuste de la entera sociedad, y por eso los italianos son tan creativos y tan poco conformistas, y la cosa se mueve a pesar de los gobernantes: ellos dividen las cosas entre obras maestras o porquerías impresentables. Sólo un pequeño matiz, una 'finezza' que a nosotros nos pasaría inadvertida, separa ambos extremos. No hay nada entre medias. No hay posibles grises en las cosas que merecen la pena. Si el punto de la pasta no es epistemológicamente perfecto sino esa cosa desdichada que en castellano se dice «pasable», el que está en la cocina no es italiano sino español. Para un italiano prototipo, si algo no alcanza la perfección, hay que tirarlo. En España todo vale porque nos han enseñado que todo vale igual porque todo es igual de respetable. Entonces para qué nada. El país va como va.
A mí me da miedo quejarme por si la gente se me queja, me señala y me ocurre algo peor que quedarme sin esos amigos que hace tiempo no tengo. Yo me quejaría siguiendo mi talante europeo, pero como español algo me dice que a eso tengo que anteponer siempre el sagrado qué dirán. Echo de menos que aquí, cuando preguntamos cómo estás, alguien cuente su verdad, o al menos que relate sus cosas tal y como son, sin frases bienqueda, sin hacerse el guay o el triunfador, sin hacer perder el tiempo. Las apariencias han hecho mucho daño en la sociedad española. Las apariencias y el no quejarse nos han llevado al socialismo incurable. Vamos a dejarlo...
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