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Nunca entenderé los que, a sabiendas y por querer tener una ocurrencia, votan nulo en unas elecciones. Entiendo a los que cometen un error al votar o los que se abstienen, no a los que, haciendo uso de su sacrosanto derecho constitucional de participar, ponen ... una rodaja de chorizo en el sobre oficial, o un papelito con un chiste barato, o con una frase garabateada con algún pensamiento inspirador de Paulo Coelho, para señalar que ellos, los nulos a propósito, están por encima de la política y les da igual cómo los gobiernen. Les da igual, al ir a depositar su chorrada en la urna, cuánto puedan asfixiar sus vidas y disminuir sus haciendas, o hacer con su país, porque ellos al final van a obedecer a quien sea.
En Madrid el Partido Socialista pidió revisar los votos nulos de las últimas elecciones y los que los contabilizan dijeron que para qué, si solo contenían cosas de mal gusto, mucho más que errores involuntarios. Suelen ser, los que votan nulo, esa clase de tipos, precisamente, a los que se referían los antiguos griegos con la palabra 'idiotes' aplicada a la política. En el foro público no se puede contar con ellos, ni el país los puede llamar para nada, excepto para aplaudir en los balcones. El máximo gesto político de las vidas de los nulos es bailarse el ridículo 'Resistiré' del siempre insufrible Dúo Dinámico, en una pandemia que no tenga fin. Los que votan nulo se levantan ese domingo absurdamente temprano, como corresponde a toda la gente que nunca entenderá las cosas buenas de la existencia, y van al colegio electoral de los primeros, a depositar su cagadita, diciéndose verás cuando abran el sobre, como si a alguien le interesara. Son los que se van de viaje y dibujan una polla en los muros del Coliseo de Roma, y además los pillan. Como si a ellos no les alcanzaran los efectos de tomarse a coña lo que va completamente en serio.
El abstencionista, el que se queda en casa durmiendo o se va a la playa, puede ser un pasota, pero también puede ser alguien muy exigente con su voto, que considera que no representa lo bastante bien ninguna de las opciones políticas que obtienen algún resultado plausible. Yo he votado siempre desde mediados de los años 80, y ni de muy joven he querido hacer la gracia con mi voto. Hay quien no ha votado jamás, pero por lo contrario que porque no le interese el rumbo del país, que al final es el rumbo de sí mismo. No hay manera de escapar de la política. Ya decía Franklin, un tipo un poco siniestro en la vida real, que en el mundo solo había dos cosas seguras: la muerte y los impuestos. Y ambas cosas dependen inextricablemente de la política, que te persigue allá donde te escondas, o más todavía si te tratas de esconder. Pero los votos nulos son felices de depositar su rodaja de chorizo en el sobre, o un chiste de gangosos, o un pensamiento sobre el amanecer de Paulo Coelho, o un dibujo de un pene, y creyéndose a salvo.
Son siempre los primeros en caer.
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