Niño viejo

Ha salido estos días la noticia de que un niño francés de 7 años ha sobrevivido él solo durante dos. Su madre lo abandonó en un piso cuando tenía cinco. No se convirtió en un niño lobo, en Tarzán ni nada parecido. Siguió yendo al colegio, sonriente, sacando buenas notas, no diciendo nada a nadie. La vergüenza, como el odio, es un gran motor para seguir hacia delante. Era un hombre hecho y derecho de siete años. ¿Un milagro? No. Es muy posible que lo mismo ocurriera con la mayoría de niños, colocados en las mismas circunstancias. La naturaleza, a falta de la otra madre, guio a ese niño, como lo hace con una pobre serpiente o un ornitorrinco desasistido. Lo condujo por medio del instinto, que no hemos perdido del todo. La naturaleza brutal e indiferente, la que causa catástrofes sin un pestañeo, tiene sin embargo leyes ocultas para los más frágiles. Para que, contra toda creencia, sobrevivan. Algo dentro del niño le iba dictando lo que tenía que hacer. Se alimentaba de lo que pillaba, de lo que le decía su vista y su olfato. Aprendía durante cada milisegundo. Es asombroso, en un entorno periurbano, todo lo que se encuentra que puede considerarse comida (afortunadamente no tenía edad aún de que la religión moderna lo adoctrinase en la superstición del veganismo, incompatible con la vida).

El niño salió adelante con lo que le iba susurrando la memoria enterrada de la especie, en la más salvaje de las junglas, la de asfalto. No hace falta que el Estado le dé un carnet donde diga que es mayor de edad. Por su experiencia, debería ir directamente a un consejo de ancianos. A este niño de 7 años sí le permitiría yo votar en las elecciones.