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Han condenado al Vaticano a pagar 200.000 euros a una exmonja por despido improcedente. Se estima que la vinculación de la Iglesia con la monja era una especie de relacion laboral. Vamos a ver, no perdamos del todo la perspectiva. Las monjas están vinculadas ... a Dios. Ellas entraron a servir a Dios por vocación, no por sacarse el jornal, sin trienios, extras, vacaciones, sin días propios. La relación de una monja con Dios es, exactamente, la de una casada con el Señor. No con la Iglesia sino directamente con el Señor.
Se podría entender entonces, según la jurisdicción civil, que entre la monja y Dios existe una relación laboral. Pero no es así: las monjas trabajan para Dios exclusivamente por amor, no por contrato de naturaleza material ni obligación crematística de las partes. Por amor inmoderado y total, aunque esta monja fuese señalada por la Iglesia como «crítica y rebelde». En todo caso, el Vaticano tendría que indemnizar a la exmonja tras su expulsión de la Iglesia, no con sucio dinero, sino con que, por ejemplo, la vida eterna junto al Padre le durara unos años más. Si su 'trabajo' era espiritual, la indemnización debe ser también por fuerza espiritual. Pero en un mundo dislocado donde existen ya los «bautizos civiles» que ofician concejales, era cuestión de muy poco tiempo que los tribunales consideraran que lo que tiene una monja con Dios es algo así como lo que tiene una chica de la limpieza con el señorito. Cómo está el servicio.
El Concilio Vaticano II acabó con el Misterio y las monjas empezaron a fumar Ducados. Se terminó con el rito y a jóvenes catecúmenos de estricta obediencia comunista se les enredaba la melena en la guitarra eléctrica que tocaban en medio del Ofertorio. Los curas iban de poliéster, oliendo a ciclista. Se rumoreó incluso, tal vez exagerando, que un día podría llegar un argentino a la Silla de Pedro –al Nobel Cela le parecía mal el Papa polaco porque, según decía, los papas deben ser todos italianos: un argentino no hubiese mejorado el asunto–. Ahora las monjas tienen un curro en casa de Dios amparadas por convenio colectivo, y son indistinguibles de liberadas sindicales. Y aún hay quien se pregunta por qué Dios guarda siempre un hosco silencio.
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