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Era la noche que separaba el año 1984 de 1985. Televisión Española emitía un fantástico megaprograma musical hecho para todas las capitales europeas que parecía que iba a durar siempre («siempre» quería decir hasta la retransmisión del siempre ridículo concierto de año nuevo en Viena ... y el no menos ridículo y tradicional campeonato de saltos de esquí). Salió, como representante de Londres, un joven cantante con pelo de rata que daba lástima verlo, y que de vez en cuando paraba de gritar la canción 'Waxies dargle' y uno de su grupo se daba unos sartenazos en la cabeza. Estaba claro que serían estrellas. Me sentí representado al instante por aquellos tipos: mi concepción adolescente del mundo, y eso que entonces el mundo era algo menos imbécil que ahora, consistía exactamente en chocar mi cabeza contra una sartén y a ver qué salía de todo aquello.

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