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Un potentísimo ordenador cuántico ha logrado ralentizar el tiempo, dice la prensa. En realidad no ha hecho que el paso del tiempo sea más lento, sino que los procesos químicos que suceden demasiado rápido –los procesos químicos lo son casi todo– se lo tomen con ... calma, para poder observarlos a gusto. Yo me conformaría con eso en mi vida. No quiero la inmortalidad, sino que lo que sucede durante algunos momentos buenos («si no fuese por estos momenticos») no tenga tanta prisa en marcharse, casi antes de poderlo disfrutar.
El paso del tiempo seguirá siendo absurdamente rápido, algo que no está a nuestro alcance moderar, pero gracias a la ciencia sí podría hacerse ahora más lento un determinado proceso químico; por ejemplo el placer de beber una copa de un alcohol irrepetible (tendríamos la impresión de que la copa se ha hecho más honda), o la sensación orgánica de que somos felices durante un segundo, mucho después de que ese segundo haya transcurrido. Como digo, yo no aspiraría a más. Vivir para siempre, ese horror absoluto, es lo que esperan muchos insensatos multimillonarios, en la creencia de que así repetiríamos solo las cosas buenas de la existencia, sin reparar en que llegaríamos pronto a estar muertos en vida –locos rematados– por la acumulación de inevitables tragedias, algo para lo que no está preparado el cerebro humano. No. Se trata de algo más modesto. Que una risa que significó algo para nosotros no se vaya tan pronto al revoltillo confuso de lo ya vivido (lo ya vivido no es más que un fantasma que da miedo). Que esa risa se quede aún un poco más, o tengamos esa impresión.
La mayoría de las veces las cosas buenas suceden tan veloces, y tan sin avisar, que no nos da tiempo a enterarnos de lo buenas que son. Pensamos lo buenas que eran con posterioridad. Hay quien dice, como el escritor Sánchez Ferlosio, que «los días felices los pone ahí la memoria, y por eso son tan tristes». Es decir, que nos parece que aquellos días fueron tan felices solo porque los crea la nostalgia, que los «reescribe». No sé. Si nosotros pasáramos a través de esos momentos remarcables con paso más lento, gracias a la tecnología cuántica, disfrutando del paseo, sentándonos al borde del camino, tal vez descubriéramos que en algún caso la memoria no falsea. Que en ocasiones esos días fueron más felices aún, joder.
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