Greenpeace, oráculos

El pobre hombre trataba de dar algo de empaque a sus predicciones meteorológicas llevando en la tele única un traje barato de 'terlenka', con 65% de poliéster inarrugable, y tenía que manejarse con unas cartulinas pintarrajeadas a mano donde sólo se veían ondas concéntricas y una 'A' de anticiclón y una 'B' de borrasca. Ya con esos rayajos tenía que pronosticar qué clima haría en Manganeses de la Polvorosa, y si los vecinos en fiestas podrían tirar la cabra del campanario, o se suspendería por «posibilidad de tormenta aislada». No daba ni una. Hace mucho que la gente ha cambiado a aquel hombre del tiempo a quien la meteorología le hacía mentir por las predicciones de los ecologistas de Greenpeace. Aciertan menos aún, pero son mucho más espectaculares. En vez de «posibilidad de tormenta aislada» vaticinan submersiones en el mar de cientos de ciudades costeras en España y desapariciones de la vida humana en el planeta, tal como la conocemos. Hace decenios ya publicitaron unas infografías donde se veía –o sea, no se veía– por ejemplo La Manga del Mar Menor hundida bajo el nivel del mar. Eso ocurriría indefectiblemente, según Greenpeace, en una fecha del futuro por la que pasamos sin novedad hace ya muchos años. Esperar hoy esa fecha es como aguardar al bólido de chatarra espacial que acabaría con París en 1999, según el modisto futurólogo Pierre Cardin.

Hoy Greenpeace anuncia, inasequible, que para 2030 se cumplirá por fin el pasado que ellos adelantaron. En esa fecha, que es la misma casualmente que la de la agenda verde europea, se acabará la vida humana en las playas, tendremos que huir a las colinas, etcétera. El truco de los lectores del futuro siempre es el mismo: si lo que predicen no se cumple en el año que aseguraron, le dan diez o veinte años más 'de cuello', para mientras seguir cobrando.