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Recibo unas fastidiosas cartas de la Consejería de Salud. Me advierten seriamente, con un lenguaje de helado ensañamiento copiado al de la Agencia Tributaria, de que por antecedentes familiares y dada mi avanzada edad (como somos progres, a la decadencia todo el mundo la llama ' ... avanzar') soy población de riesgo y me tienen que volver a introducir un caño provisto con cámara de vídeo por el trasero. Insisten mucho, como si por repetirlo creara afición. Al menos tienen el detalle de que las cartas no vengan con la sospechosa mancha negra de las de la Agencia Tributaria, que en vez de evitar que los vecinos vean tu información muy confidencial sirve para que se enteren de ella.
Ya fui una vez al hospital hace unos pocos años, enredado por la gente de mi entorno y recordando cómo murió mi padre, a que metieran el ingenio con la cámara, acostado de lado. Fue menos doloroso de lo previsto, porque en principio no me cabe el pelo de una gamba. Lo que me sigue doliendo son las consecuencias de la resaca por anestesia total, una especie de gas de la risa que, al despertar, provoca que se digan sin querer los mayores disparates. Ya me lo advirtió el médico: «Vas a decir tonterías, pero no te preocupes». Me dio por ligar con las enfermeras mientras intentaba inutilmente incorporar mi cuerpo en la camilla. Avancemos lo que ustedes quieran pero, una vez perdido el honor por imperativos de una vida mediocre, lo que no puede perderse jamás es el sentido del ridículo.
Me recuerdo a mí mismo, tras aquella exploración, parloteando con lengua gorda y pastosa en la camilla hasta que mis miembros me respondieron (al menos casi todos ellos) y puede irme corriendo, avergonzado. Creo que es preferible exponerse a morir antes que perder la última dignidad como un cocainómano de barra de after, por muchas razones médicas que me asistan. No hay excusa. No querer morir de cáncer de colon no es coartada para abandonar lo que los antiguos llamaban el 'continente', la compostura, en toda circunstancia. Igual que hace una eternidad que ya no vamos a disco pubs para evitar tenerle que pedir perdón al día siguiente a la camarera, tampoco quiero ir a hospitales donde te metan un subidón de anestesia y acabes como Rubiales la noche en que ganamos el mundial de fútbol femenino.
Mejor ser insensato que baboso.
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