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Los hombres más sobresalientes, al fallecer, no dejan hueco sino extrañeza. Todos los que los conocieron actúan como si se miraran el reloj, sin entender el motivo de su retraso en aparecer por la puerta. Pensamos en ellos, ya el resto de nuestra vida, como ... si se les hubiese hecho un poco tarde, nada grave, aunque no terminan de acudir nunca más a nada. Nadie los siente como muertos sino como no comparecientes. Se han cumplido diez años de la ausencia del gran psiquíatra cartagenero Paco Carles Egea, y en mi mente siento que ya no me lo encuentro por Murcia porque, como diría el tambien fallecido Javier Marías, perito en fantasmas, Paco «ha cambiado de costumbres».
Me convocaba, por hacerle yo cierta gracia (en un tiempo fui hasta gracioso) a sus tradicionales tertulias, anteriores a su última enfermedad. Allí, junto a gente de inquietudes y muy principal, de lo más ligero que se hablaba era de la paradoja de Epicuro, lo de que si Dios es infinitamente bueno no puede ser todopoderoso, y que si es todopoderoso no puede ser infinitamente bueno, y de ahí para arriba. Aquella tertulia olía a whisky caro, pero el tono general reflexivo y desapasionado no se alteraba nunca. Como es lógico, dado que el whisky, si es del caro, no es para borrachos de cantos regionales sino que se trata de una bebida introvertida que hace que se contemple la vida de medio lado, mirando a poniente, extendiendo la vista a la espalda. Pretendí que me recibiese como médico en su clínica, ya que confiaba en su autoridad para que me dijese qué pasaba dentro de mi cabecita. Siempre se negaba, con divertidas excusas. O tal vez no se negó, sino que me había diagnosticado sin contarme sus conclusiones. Quién sabe lo que vería. Me hipnotizaba ese perfil de moneda, tan español, que se le pone ya de mayores en este país a los que saben más cosas que aquellas con las que pueden cargar. Si me relajaba demasiado no le daba alcance en su conversación llena de juegos mentales. Si el escritor Jorge Luis Borges hubiese hablado como escribía (no era así, por desgracia), hablaría, seguro, como Paco Carles.
Uno nunca logra salir del todo de una persona extraordinaria. Para los que conocieron a Paco Carles, la idea de su muerte es tan impensable que, aunque hayan pasado diez años, en nuestra memoria sigue analizando con ironia una actualidad que, en el momento en que salió su esquela en los periódicos, faltaba mucho para que se inventase. No se me va la idea de que me lo encontraré tarde o temprano por la calle.
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